Familia | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Mayo de 2019

En realidad es algo que va de lo simple a lo complejo. Un papá, una mamá y unos hijos. Nada que no se le ocurra y desee cualquier ser humano. Unidos por amor, empeñados en vivir bien. Los adultos rompiéndose el espinazo para que los niños y los jóvenes que han engendrado puedan salir adelante en sus vidas. Atmósfera impregnada de sentimientos muy variados, pero en general de amor y entrega, aprecio, cariño, alegría y a veces tristeza. Familia, compañía para la vida, que por lo general es larga y hacerla solo es reto demasiado grande. Seres que comparten la misma sangre y que llevan en sus entrañas modos de actuar, visiones de la vida, vínculos generacionales. Es la concretización de lo que se oye decir en las primeras páginas del libro del Génesis: “no está bien que el hombre esté solo”.

Hoy se ha instalado en la mentalidad de no pocas personas el vivir solo como ideal o al menos como respuesta práctica a la vida. Y no con razones ligeras. Por ejemplo, se aduce, crear y sostener una familia, es carísimo. Cierto. Se argumenta que es muy difícil encontrar gentes 100% compatibles, que criar hijos en una sociedad bastante desorientada es un gran riesgo, que amarrarse para siempre es cosa compleja. Todo cierto. Y, para convencerse a sí mismos, los ciudadanos solitarios, esgrimen las estadísticas sobre el rompimiento inacabable de matrimonios y familias, sobre la famosa violencia intrafamiliar y otras cosas innombrables de las cuales hoy están llenas las páginas de los periódicos. Todo esto es cierto. Pero no alcanza a desdibujar todo el bien que puede surgir en esa realidad llamada familia, aunque mientras la formemos los seres humanos tendrá mil limitaciones.

Vale la pena, entre las mil propuestas que a diario se hacen para mejorar el bienestar de las personas, que, acudiendo al sentido común y también a la naturaleza humana, se le proponga de nuevo o con más fuerza a toda la gente, especialmente a la más joven, el ideal de la familia. Sin disfrazarla de paraíso terrenal, pero tampoco de infierno ardiente. Formar un matrimonio y crear una familia puede convertirse en el faro y el ancla de vidas bien llevadas. Tener personas a quienes amar en profundidad y por quienes luchar para siempre es concentrar debidamente las energías vitales. Aprender a convivir con seres queridos, pero cada uno distinto, es la mejor escuela para situarse en el mundo racionalmente. Trabajar en la lealtad a esa primera comunidad existencial genera seres sólidos interiormente y confiables. Y es también la familia una primera muestra de las limitaciones y defectos de la condición humana, razón, no para huir, sino para realizar el aprendizaje de humanidad que a todos nos conviene.

Conviene elogiar esa realidad llamada familia, aunque no siempre sea perfecta. No se necesita un ministerio, ni un bienestar familiar, que indiquen cómo se hace una familia. El ser humano sabe hacer familia, la naturaleza lo propone y el corazón lo busca. Está en manos de todos el favorecer que cada vez tengamos más y mejores familias para tener mejores seres humanos. Ni el mismo Dios se aguantó las ganas de tenerla y de ahí la llamada sagrada familia: María, José y Jesús.