Existe un tipo de familia que podríamos llamar “típicamente criminógena”; en esta familia es casi imposible que el menor no llegue a delinquir, ya que generalmente sus primeros delitos son dirigidos por los mismos padres. Estas familias viven en un ambiente de absoluta promiscuidad, donde no es extraño el incesto, donde impera la miseria y el hambre, donde los niños son mandados por los padres a delinquir o a pedir limosna, y cuando son mayores a prostituirse.
El padre es alcohólico (o drogadicto) y labora en los oficios más bajos y miserables (recoger basura, cargador, etc.), o es delincuente habitual y de poca monta (“ratero”), su inteligencia es escasa, es un sujeto instintivo y altamente agresivo, en la mayoría de los casos se trata de un psicópata.
La madre por lo común está viviendo en unión libre, y los hijos que tiene provienen de diversas uniones, y en más de una ocasión no podría identificar ciertamente quien es el padre de sus hijos.
Estas familias habitan en “tugurios”, en barrios o regiones altamente criminógenas, verdaderas barriadas donde ni siquiera la policía se atreve a entrar.
El fenómeno de la familia “tipo criminógeno” subsiste a un, principalmente en las llamadas “ciudades pérdidas” de la periferia de las grandes ciudades.
Un hijo del pueblo, para graduarse de doctor en homicidio, se entrena primero de ratero, por lo regular, con su primera puñalada. Sus padres le aconsejan robar y lo obligan al hurto, pero cuando sus padres lo dejan y lo toma el criminal veterano por su cuenta, éste le ordena matar.
Los miserables cuartos de tugurios sirven de refugio a tremendas miserias. Estos seres que viven en el vicio y se revuelcan en el sombrío y pestilente fango de la ignorancia y del crimen, no tienen hijos, tienen cachorros. De su existencia golpeada, fustigada, inquieta; de sus amores primitivos, rudos, brutales, salen estas vidas tristes ya contaminadas por un anhelo selvático de destrucción y de aniquilamiento. El menor que sale de estas familias es el de mayor peligrosidad, y es también el de más difícil tratamiento, pues tiene en contra todo, herencia, familia, formación, ambiente, etc.; además, en las instituciones de “reeducación”, será el jefe y maestro de los demás.
No toda familia donde el padre es delincuente es una escuela del crimen, pero estas excepciones no son comunes, y dependen del contrapeso de la madre, del ocultamiento de las actividades del padre, o de otros poderosos inhibidores.
Al hablar de delincuente no nos referimos tan solo al padre que es vago consuetudinario, vicioso habitual, o ladrón, ratero o carterista. Hablamos también del gran industrial que evade impuestos, del fabricante que adultera sus productos, del político que usa su fuero para provecho personal, del líder que explota a los obreros, de todos los profesionales que no saben de ética profesional.
Todos estos padres delincuentes pervierten al menor en forma socialmente dañina, pues es la delincuencia “honorable” hipócrita, que va contra los más altos valores de la dignidad humana.