Las atracciones modernas: Star Wars, Harry Potter, El Señor de Los Anillos, Guerra de Tronos, hacen alusión a la Edad Media. Esa insistencia de nuestro imaginario colectivo a revivirla, es un enigma. El Racionalismo sataniza al Medioevo.
¡Mil años de historia convertidas en una caneca de basura!
De esa Edad de la fe, brotaron las escuelas, las universidades, las bibliotecas, el uso de los números arábigos, el “Pi” que conocía el Oriente y sostiene los arcos de las Catedrales. Occidente salió de allí lleno de fuerza al Renacimiento. Ella nos legó dos arquetipos, el del estudioso monje, y el ideal del caballero andante. ¿Pero cuál arquetipo, acaso, lega la llamada modernidad? Oficios muchos, pero arquetipos vitales, ninguno.
La edad de la fe, secreta el aroma de una nostalgia antigua que insiste en ser reconocida en nuestro imaginario.
Los cómodos aportes materiales del “progreso” pregonan un futuro, que hoy parece un cheque posdatado y sin fondo, girado contra el planeta.
La fuerza con que salió el mundo del medioevo se esfumó. Dicho esto, nadie intenta volver al pasado, lo cual es imposible. Cada persona es fatalmente contemporánea. Por lo demás toda edad es “media”, como cualquier punto es el centro de la esfera. El mismo nombre, pues, es otro disparate más del Racionalismo que como toda hipertrofia, mina sus presupuestos. Aunque se crea él mismo el inicio de la verdad.
Los siglos que siguieron al llamado Racionalismo, positivistas y materialistas soslayan la paternidad de los cadáveres del siglo XX y del XXI. Solo supieron sumar como un caníbal lleno de deseos. Y la resta es, exponencial. El planeta está en peligro gracias a ellos. El error que podemos llamar teológico convirtió a la codicia en una virtud. Fue ese aporte protestante el que lo incentivó, según Hirschman, “Argumentos políticos en favor del capitalismo previos a su triunfo.” Ese triunfo ahora no responde por la vida planetaria. Y entonces salen a flote los momentos decisivos que tienen entronque con la Ética, disciplina eminentemente práctica.
El aliado del maquinismo no curó la necedad: la pertrecho. Al desastre sobreviniente ahora lo califica de locura, como un siquiatra demente hablando de cordura. No es de extrañar que el imaginario colectivo occidental busque refugio en un pasado en el que tenía esperanza. Esperanza tan escasa en esta época que seca el alma mientras esponja el cuerpo.
No hay un plan colectivo al que adherir, ante la amenaza debitada al planeta. El llamado progresismo inmoló a la persona, en un después ismo, un nihilismo sin patria. Enseñó a no ser nada para nadie. Cuando dicen definirnos nos exilian. Como si esa Razón hubiese alguna vez enjugado una lágrima. Nosotros resistimos la camisa de fuerza que nos ponen cada mañana. Y como en el haiku de Chiyo-ni: “Solo con su perfume responden los ciruelos a quien rompe la rama.” Pero la consciencia colectiva añora lo que se perdió, y lo delata en las narraciones anacrónicas que la cautivan.