Nuestra historia ha tenido como protagonista hechos violentos, que jamás podrán ser ignorados.
Hace años una encuesta realizada en varias ciudades por el Instituto Cisalva (Universidad del Valle), mostró “un 47% de aprobación de la justicia por la propia mano, se pensaba que había derecho a matar por defender la familia, un 36% aprobaba de alguna forma la eliminación de delincuentes, llamada “limpieza social”.
Se considera la violencia como todo acto, acción u omisión que produzca daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico, verbal, o económico a una persona, puede suceder en público o en privado. Las situaciones violentas ocurren cada vez que una persona vulnera los derechos de otra persona.
En siglos pasados, las mujeres soportaban con resignación el maltrato de su pareja, ante sus vecinos sonreían, queriendo mostrar una relación feliz, ejemplo de familia sin mácula alguna, aunque de su corazón brotase gotas sangrantes de dolor.
Como la violencia no tiene límites, las agresiones se han extendido como un virus mortal contra la mujer, considerándola no como un ser humano, sino como una esclava de los apetitos sexuales y refugio de emociones violentas reprimidas.
El feminicidio nueva forma de violencia se inicia con manifestaciones muy sutiles, que van aumentando con la posibilidad de producir daños físicos o emocionales irreparables, e incluso, la muerte.
Este virus mortal, ya identificado con todas sus consecuencias, permitió la promulgación de la Ley 1761 de 2015, llamada “Rosa Elvira Cely” por la cual se creó el tipo penal de feminicidio como delito autónomo.
La ley contempla el feminicidio como la muerte de una mujer, por su condición de ser mujer o por motivos de su identidad de género.
Rosa Elvira Cely, fue torturada, violentada sexualmente y asesinada por parte de un compañero de estudio, caso que refleja la discriminación, desigualdad, violencia por razones de género y misoginia.
A pesar de esta ley, miles de mujeres continúan cayendo en las garras asesinas de seres desadaptados, enfermos mentales.
Aprovechándose de su “corazón frágil, abundante en ternura”, estos malvados comienzan a cortejarla sutilmente, pero paulatinamente van exponiendo una personalidad narcisista y violenta, golpeándola como a un saco de boxeo, tratándola como una basura.
Desgraciadamente estos malvados aparentan arrepentimiento al ver las heridas en el rostro de su pareja, entonces imploran perdón.
En este caso la mujer debe endurecer su corazón y no perdonar jamás a su victimario. Debe huir cuanto antes evitando consecuencias mayores.
Afortunadamente surge una luz al final del túnel. Rafael Bisquerra, psicólogo, pedagogo, doctor en ciencias de la educación, catedrático de la Universidad de Barcelona (España) y presidente de la Red Internacional de Educación Emocional, quien nos visitó recientemente en la Universidad del Rosario, explica muy bien que “las problemáticas relacionadas con la salud mental, violencia y la dificultad para consolidar vínculos afectivos trascendentales, repercuten en la personalidad de los individuos desde el nacimiento”.
En la medida en que la mujer aprenda a gestionar sus emociones, y conozca las de los demás, tendrá la posibilidad de salir viva de este virus.