FUAD GONZALO CHACÓN | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Mayo de 2013

Balas de silencio

 

El  periodismo es el arte de tragarse el miedo. Pocas profesiones podrían alardear de la misma forma, aunque no es algo para enorgullecerse, una trascendencia tal en la vida nacional que sus practicantes constantemente se encuentran al filo de la navaja entre decir la verdad o ser callado para que no se revele jamás. Esta semana Colombia nos dio tres muestras de ese péndulo que recordamos de las épocas silentes que creímos haber dejado atrás en materia de censura, intimidación y temor. Un triste recordatorio de que siempre que haya algo que valga la pena ser dicho habrá alguien que no lo querrá escuchar y hará lo que sea necesario para enterrar aquellas voces valientes.

Uno, NP&. El programa de humor que hace un par de años llegó como alternativa a las deprimentes noches de los domingos sale del aire. Una propuesta que a través de marionetas dijo lo que muchos pensábamos, pero que por la vulnerabilidad de nuestra carne preferíamos que fuera su látex y caucho el que se lo hiciera saber al país. Una decisión inentendible por parte de los directivos de Caracol, más aún si recordamos su estatuilla como el ganador del Premio India Catalina 2012 al mejor programa de opinión. No quiero caer en señalamientos ni conjeturas, pero esta determinación hiede a político por todos lados que le hicieron “cumplir su ciclo” a las malas.

Dos, La Luciérnaga. El inderogable formato radial que todas las tardes cautiva a Colombia con su particular estilo de transmitir la realidad a la que nos enfrentamos, haciéndola un poco más llevadera. Recientemente la Fiscalía llamó al coronel Nieto Aldana para que responda por interceptaciones ilegales a Hernán Peláez y Gustavo Álvarez Gardeazábal. Un práctica odiosa que no deja de asombrarnos, pues nos enfrenta al triste panorama de un aparato estatal que presa de su ansiedad ve fantasmas en todas partes que lo llevan a chuzar teléfonos buscando razones para sus inseguridades.

Tres, Ricardo Calderón. El infame atentado contra este prestigioso investigador de la revista Semana nos refrescó los años del terror donde los periodistas eran baleados para infundir el caos. Toda la solidaridad para él y su familia, su temple es necesario para destapar las ollas podridas que han carcomido y minado la credibilidad del Estado. Nadie más que él puede ser hoy el digno representante del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Que paguen los que tengan que pagar, pero que no quede un hálito de impunidad en este episodio.

Demasiada sangre de periodista se ha visto derramada para que aún podamos relatar los cronopios y peripecias de esta tierra donde nos quieren callar con balas de silencio.

 

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