La relación de Gabriel García Márquez con París es muy compleja. Allí vivió unos meses muy difíciles, llenos de precariedad que, por fortuna, fueron aliviados gracias a los cuidados y compañía que le ofreció la declamadora española Conchita Quintana, a quien todos llamamos con mucho cariño, Tachia. Allá, a la vuelta de la plaza de la Universidad de la Sorbona, vivió en una pensión denominada Flanders, en el número 16 de La Calle Cujas. Hoy hotel de los Tres Colegios. Cuando Rojas Pinilla cerró El Espectador sus honorarios como corresponsal se esfumaron. Gracias a la comprensión de la administradora del hotel, quien apreciaba mucho la dedicación al trabajo que era notoria en Gabo, le permitió continuar viviendo en ese lugar sin poder cumplir con el pago de las mensualidades durante seis meses.
Así las cosas, me pareció que era indispensable rendirle un homenaje a Gabo en París y compartirlo estrechamente con Tachia. También, al hotel, y de esta manera, a París, a la elaboración de una de las novelas más admiradas de García Márquez, “El coronel no tiene quien le escriba”, que elaboró en buena parte en ese hotel. En mi condición de embajador adelanté las gestiones burocráticas y las familiares para colocar una placa conmemorativa que les recordara a los transeúntes no sólo el gesto del hotel sino la obra que allá había escrito Gabo y, en general, su vínculo con esa ciudad.
El escritor colombiano Milthon Bernal diseñó la placa y logró una gran efigie de Gabo.
Alrededor de este evento organizamos una serie de conversatorios, exhibiciones y conferencias que le rendían homenaje a Gabo en un año en el cual cumplía 80 años y se recordaban 60 de la publicación de su primer cuento "La tercera resignación". También, 50 de la escritura de “El coronel no tiene quien le escriba” y 40 de “Cien años de soledad”. Y, claro está, 25 años del premio Nobel de literatura.
Y, para abundar, gracias a una muy generosa donación de un filántropo colombiano, la presentación en Cartagena y en Bogotá del monólogo “Viendo llover en Macondo”, que Gabo le obsequió a Tachia, y que ella memorizó para declamarlo en Cartagena con ocasión de una importante reunión pública de la Corte Constitucional, siendo su presidente Mauricio González, y en Bogotá gracias a gestiones de Guillermo Perry. Infortunadamente, nunca pude agradecer públicamente la donación del empresario filántropo colombiano porque él no lo permitió.
Sólo voy a recordar una información que traté de divulgar en esa misma ocasión en París y en algunos momentos después, sin éxito alguno. Tiene una gran significación no sé si cómica, trágica o de gran valor. No sé. Una de las invitadas era una cercana amiga de Gabo, una profesora japonesa llamada SatokoTamura. Ella me contó de su interés por traducir al japonés “Cien años de Soledad”. Encontró que el traductor que ya había hecho esa tarea tenía, según la legislación japonesa, la propiedad intelectual con respecto a la traducción y nadie más podía repetir ese ejercicio. El traductor no sabía español y entonces él había hecho la traducción, simplemente, con un diccionario. Esta historia me pareció asombrosa desde todo punto de vista. Y estimé que lo correcto era buscar que se pudiera traducir esa versión japonesa al español, así fuera solamente un párrafo, para averiguar cuál era el resultado que, de antemano, me parecía que podía ser muy destructivo de esta obra literaria.
La entonces ministra de Cultura, Paula Moreno, viajó a París, participó en el descubrimiento de la placa conmemorativa y lo propio hizo Álvaro Mutis, tan cercano a Gabo. En un libro que se editó sobre esta actividad, “Gabo en París”, coordinado editorialmente por Ana Piedad Jaramillo, se recogen su discurso y algunos de los textos que se presentaron durante una semana, interesantes, originales, sugestivos.