GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 12 de Octubre de 2012

El lenguaje del viento

 

Dicen en Génova, que Cristóforo, el niño del barrio Santo Estéfano, ayudaba a tejer paños en el taller de la familia; dicen que luego anduvo de pueblo en pueblo, vendiendo quesos y vinos; y que de joven lo hacía feliz embarcarse con don Doménico Colombo, su padre, maestro, tejedor y comerciante.

Dicen que de Génova aprendió el lenguaje del viento; y que en su casa de piedra -delgada y estrecha  como un portacomidas medieval- le esperaba su madre, Susana Fontanarrosa, a quien Cristóforo le repetía que lo suyo no eran los telares, sino el mar.

Las calles de Génova, apretadas por balcones y escaleras, contrastan con la inmensidad azul que se respira en el puerto. La  habitación de Cristóforo -que no mide más de tres por tres- confirma que mientras haya intención y pasión, en cualquier espacio caben sueños, continentes y océanos.

Hoy hace 520 años, Cristóforo Colombo Fontanarrosa, no sé si nos descubrió, pero sí nos cambió la vida.

John Gurdon, es británico; tiene mirada penetrante; el pelo, como una sombrilla desordenada, y una nariz puntiaguda como de actor un tanto siniestro. Hace cuatro días, él y su partner, el japonés Shinya Yamanaka, recibieron el Premio Nóbel de Medicina, por haber descubierto que las células maduras pueden reprogramarse, volverse nuevamente inmaduras, y transformarse en cualquier tejido. Eso, de cara a las enfermedades, es una genialidad que abrirá miles de puertas diagnósticas y terapéuticas.

Algo así como lo sucedido con los humanos: Cuando aprendimos a desaprender, nos volvimos capaces de romper paradigmas, adoptar nuevas conductas, nuevos conocimientos y nuevas dudas, que nos permiten o nos obligan a ser distintos, a renovarnos por dentro y por fuera, como diría Buzz Light Year, hasta el infinito y más allá.

Como muchos de los aristócratas ingleses, el hoy Nóbel de Medicina, estudió en el Eton College, fundado por el rey Enrique VI  diez años antes de la fecha atribuida al nacimiento de Colón). Dieciocho primeros ministros han sido alumnos de esta emblemática escuela, situada al norte del Castillo de Windsor. Cuenta Gurdon que en estas aulas, una profesora de biología lo descalificó diciéndole que jamás serviría para las ciencias; anotó en un informe que el joven quería hacer las cosas ‘a su manera’; que era ridículo que pretendiera ser científico, y que insistir en ello sería una ’pérdida de tiempo para él y para sus maestros’.

Gurdon declinólas sugerencias de sus padres (ingresar al ejército o dedicarse a las finanzas) y decidió estudiar griego, latín y zoología. Y bueno… el resto  es la voz del Karolinska y la revolución en reprogramación celular.

¿Qué hizo que Cristóforo no fuera un neurótico tejedor encerrado en una pequeña habitación de piedra? ¿Qué llevó a Sir John Gurdon a “no dejarse congelar” por el concepto de su maestra? ¿Qué nos hace creer que quienes se embarcan este fin de semana para Oslo traerán escrito el comienzo de la  paz?

Tal vez se trate de esa conciencia que nos grita o nos susurra (hace poco aprendí el inconmensurable valor de los susurros), que la resignación y el conformismo tienen forma de ataúd.

ariasgloria@hotmail.com