Guardianes del agua | El Nuevo Siglo
Lunes, 21 de Febrero de 2022

En lo más alto de las montañas colombianas habitan los osos, guardianes solitarios de los bosques y los páramos. Amigos del viento y del silencio, recorren largos tramos en busca de frutas y, a su paso, podan los árboles, dispersan semillas, favorecen la germinación de nuevas plantas y siembran vida, en el sentido más profundo de la expresión. No es poco lo que les debemos, ellos ayudan a sostener las fábricas de agua que benefician a millones de personas en todos los territorios del país.

El Oso Andino en el Macizo de Chingaza, un libro precioso y fácil de leer, disponible en la web de Parques Nacionales Naturales de Colombia, ofrece un panorama sobre su situación. Este animal, también llamado Oso de Anteojos, es único en su género y solo habita a lo largo de la cordillera de los Andes. En las últimas tres décadas su población se ha reducido en más del 30% y su hábitat se ha disminuido en un 42%. Esta, es una especie vulnerable. En Colombia, la agricultura, la ganadería, la cacería, la construcción de vías, la minería y la explotación petrolera, han interrumpido el flujo de sus recorridos, poniendo en riesgo su existencia y la de sus ecosistemas. Si los guardianes del agua no pueden llevar y traer semillas de una región a otra, los bosques se degradan y todos perdemos; por eso las autoridades han insistido en la urgencia de su protección.

Mejorar la convivencia entre los osos y los seres humanos es la tarea que se han propuesto las instituciones ambientales a través del Programa Nacional para la Conservación del Oso Andino. Equilibrio es la palabra clave. Llevan dos décadas trabajando en este propósito y aunque el avance ha sido enorme, es mucho lo que queda por hacer. Restaurar el hábitat del  oso y restablecer el flujo de sus recorridos implica juntar voluntades locales, regionales, nacionales, públicas y privadas, y tejer una gran red de áreas protegidas. Los osos no saben de fronteras políticas y administrativas, ni de linderos, ni de etnias; los ecosistemas tampoco, la vida es una sola. 

El proyecto Conservamos la Vida que articula los esfuerzos públicos y privados en torno a la protección del oso en los Parques Nacionales Naturales Tatamá, Farallones de Cali y Munchique, representa un gran avance en ese sentido. En torno a esta iniciativa se han suscrito pactos que buscan mejorar el hábitat del oso y las condiciones de vida de las familias con las que comparte el territorio. Los resultados han sido tan buenos que se espera extender este modelo a otras regiones donde habita el solitario guardián.

Mientras las instituciones hacen su trabajo, la labor de los ciudadanos es conocer y valorar a esta especie; es lo mínimo que podemos hacer en retribución a su labor. Los osos solo necesitan que los dejen tranquilos. Los humanos, en cambio, tenemos mucho que aprender de estos apacibles animales, caminar más, escuchar al viento y sembrar vida a nuestro paso, sería una buena manera de empezar.

 

@tatianaduplat