El espectáculo de la Justicia
No es necesario relatarles a los colombianos el espectáculo de la Justicia al que en los últimos días hemos asistido. Hablando claro -y lejos de todo conocimiento jurídico- el ciudadano del común sabe que los jueces de “garantías” son en verdad tribunales de segunda instancia a donde llegan ya condenados por una opinión pública sierva de diversos y encontrados intereses, personas que han sido señaladas y trajinadas como culpables por algunos medios de comunicación que en nada contribuyen a dar salida a la formación y a la expresión de la “opinión del público”.
Todo parece indicar que recientemente los tres poderes -empeñados en una lucha continua- han dejado el camino abierto al poder de los medios para que acumule información, la filtre, la seleccione, la comunique, la valore y al final emita veredictos incontrovertibles.
En la ciudad de Bremen llama la atención que la estatua que representa la Justicia conserva los símbolos de la balanza en una mano y de la venda en la otra, porque quiere decir con claridad que no cree en la artificial ceguera de la que tanto se habla, ya que se profesa la convicción que la Justicia no ha de ser ciega sino clarividente.
Los franceses tenían la costumbre de pasear por las calles de las grandes ciudades a los condenados en una carreta de plataforma circular llamada la “picota”, a fin de que recibieran el castigo del desprecio de sus conciudadanos. Nosotros también tenemos nuestra propia “Picota”, pero, originales como somos, los sometemos previo a todo juicio a la befa y a la vergüenza pública, les destrozamos su dignidad de personas y luego -cuando ya de ellos no queda nada- los enviamos al “juez de garantías” con la esperanza de que sea él quien cargue con la responsabilidad del encierro. Pasa el tiempo y se les devuelve transitoriamente a sus casas a la espera del juicio, pero marcados ya con el sello de los condenados, destruidos sicológicamente por la prisión y dispuestos muchas veces a lo que sea menester por no volver al infierno que han conocido de antemano.
Cuenta la anécdota del escritor francés Guyot Desfontaines que, sentado en el banco de los acusados con el desespero propio de quien ya está señalado, procuraba defenderse mientras escuchaba al juez decirle solemnemente: “Oiga usted, si yo escuchara y les creyera a los imputados no habría culpables”, a lo que el imputado -viéndose en desventaja- respondió: “Sucede también, juez, que se da el caso que si su oído se inclina preferentemente hacia los acusadores no habría inocentes”.
¿Dónde habrá quedado aquello de “in dubio pro reo”? Hay que permitir que la Justicia actúe sin las pre-condenas de la opinión .Y aún más: ¿dónde queda el derecho no sólo a la presunción de inocencia sino a ser tratado en verdad como inocente?