“Hay una jerarquía de decisiones”
Cuenta el santo Evangelio que, ya en el fragor de su pasión, Jesús, sintiendo todo el peso de su misión, pidió a su Padre que, de ser posible pasara ese cáliz, pero que no se hiciera la voluntad de él sino la del Padre. Eso es criterio: saber tomar la mejor decisión, escoger lo principal por encima de lo accesorio, saber poner la mirada en el bien superior. Es un juicio que permite llegar a la verdad. Y es quizás la herramienta más necesaria en un momento de crisis pues surgen a borbotones muchas preguntas y dilemas: ¿Qué es lo que ahora hay que hacer? ¿Qué hay que dejar de lado? ¿A quién se debe atender primero? ¿Qué medios son válidos para solucionar el problema y cuáles no?
El tema me ha surgido a partir de un razonamiento -o quizás un impulso no procesado por la razón- que se ha escuchado en estos días: a los ancianos no habría que darles prioridad en estos momentos en los centros de salud, ellos ya vivieron suficiente, ya no son “necesarios ni útiles”. ¿Qué criterio hay detrás de esta forma de pensar? ¿La ley del más fuerte? ¿La selección natural? No es esta la criteriología cristiana.
En este cuerpo de pensamiento el criterio es que el más débil es el que debe gozar de mayores cuidados y atenciones. El punto de referencia para tomar estas decisiones no es quién es “útil” y quién no lo es. Toda persona es igualmente digna y valiosa. Pero en las tormentas de la vida, el sentido humano y cristiano, enseña que primero hemos de dar la mano a las más frágiles. Y eso lo pueden hacer los más fuertes, aunque pongan en riesgo sus vidas. Pero abandonarlos a su suerte es un acto despiadado.
Por esta y muchas otras razones es tan importante que en los ámbitos donde se toman las grandes decisiones colectivas, se siente gente, como decíamos otrora, con peso en la cola. Gente con criterio. Humanistas. Hombres y mujeres estudiados, reflexivos, conocedores de la condición humana en todas sus facetas, personas de bien que no representen a nadie más que a la misma humanidad y si se quiere, a Dios mismo, Dios clemente y compasivo. El pragmatismo mal entendido suele terminar en totalitarismos y estos tienen como criterio innegable de acción uno solo: destruir personas, deshacer la dignidad humana. Pasar por encima de las personas.
Así las cosas, este momento de la historia es escenario para dar la voz a la ciencia, a la medicina, a la economía, a la buena política, a la fe religiosa, sin duda. Pero es, sobre todo, escenario para que, oyendo a todos los anteriores, el hombre o la mujer que están al frente de las comunidades, se decidan por una jerarquía de decisiones en la cual el primer lugar corresponda a los más débiles, a los ancianos, a los que no pueden valerse por sí mismos. Enseguida, todos los demás. Con toda seguridad, al final serán más los que viven que los que mueren.