HUGO QUINTERO BERNATE | El Nuevo Siglo
Martes, 3 de Enero de 2012

Los reyes malos

Las tragedias que cíclicamente nos afectan a los colombianos, las grandes y las pequeñas, siempre dejan una secuela de arruinados que ven ahogarse, sepultarse, incendiarse, desbarrancarse o simplemente desaparecer todo su futuro y el de sus familias, llevándose consigo sueños, capitales y empleos.
En cualquier país civilizado esas tragedias serían menos porque las víctimas de tantos desastres, naturales o administrativos, estarían cubiertas por algún tipo de seguro. En Colombia no. Comprar un seguro es todavía un lujo y no una inversión. Se ve más como gasto, como plata perdida que como una medida razonable de protección de una inversión, de una propiedad o incluso de un sueño.
Los dirigentes gremiales de los aseguradores aparecen cada tanto para quejarse de la escasa cultura del seguro que existe en el país, a pesar de la oferta de toda clase de pólizas que “amparan” contra casi todo riesgo: desde un mal matrimonio hasta un mal gobierno, o desde un incendio hasta un terremoto.
Lo que no dicen esos dirigentes gremiales es que la poca demanda de seguros de una población tan grande y en tan alto riesgo como la colombiana, se debe en gran parte a sus malas prácticas. Las aseguradoras se portan, en la mayor de las veces, como verdaderos esquilmadoras de cuello blanco que se amparan en la letra menuda de sus contratos o en el poder de sus ejércitos de abogados para no pagar los seguros a pesar de la realización del riesgo asegurado o, por lo menos, para reducir el pago a un mínimo que el cliente tiene que aceptar con tal de evitarse largos y costosos pleitos.
En automotores, que tal vez sea el rubro con mayor cobertura en el país, nos roban a mansalva y sobreseguro. Los aseguradores nos cobran la prima sobre el valor facturado del vehículo y nos pagan la indemnización sobre una tabla de precios que ellos establecen autónomamente. Y ni modo de chistar, porque la forma de oponerse es un proceso civil cuyos tiempos de solución son superiores a cinco años.
Peor aún, conozco el caso de alguien cuyo vehículo fue declarado “pérdida total” y lleva más de un año esperando el pago del siniestro, porque la aseguradora se inventó no pagar hasta cuando la Fiscalía decida la entrega definitiva de la chatarra en que se convirtió el automotor y ésta no lo entrega hasta que no se resuelva el problema penal originado por las lesiones personales del accidente. Obviamente esa es una maniobra leguleya de mala fe de la aseguradora. Se aprovecha de la mora habitual de la Fiscalía para extender en el tiempo el pago de la póliza, sin reconocer actualización alguna del valor, negándose a reconocer no solo la realización del riesgo amparado sino otras figuras jurídicas suficientemente consolidadas.
Apenas obvio y natural que ese cliente, tan legal y formalmente estafado por “su” aseguradora, jamás vuelva a contratar un seguro para sus vehículos o para alguna de sus empresas, porque siempre es mejor perder gratis que pagar para que lo roben.
@Quinternatte