Irónico que la democracia liberal haya logrado gestar y amamantar las semillas de su propia disolución. A lo mejor, algunos dirán, la pluralidad ideológica o de pensamiento es muestra de su éxito y, en cierta medida, estarán en lo correcto. Por experiencia empírica e histórica, que algunos iluminados pretenden ignorar, sabemos que, por lo contrario, en un régimen autoritario la libertad es inexistente. Sin embargo, hoy, nos encontramos en una era donde posmodernistas radicales y socialistas de closet, que se hacen llamar ‘progresistas’ o con más cinismo ‘socialdemócratas’, pretenden introducir el modelo comunista por medio del igualitarismo normativo, entre otras estrategias.
Sólo me enfocaré en el igualitarismo, ya que, como todo hoy en día, es tendencia en redes sociales. En parte esta tendencia se reactivó porque el pasado miércoles se aprobó el nuevo Código Electoral Colombiano, donde se incluirá en el artículo 84 la cuota de género. Se establece un sistema donde las listas de elección estarán conformadas por mitades entre hombres y mujeres. La nueva norma ha causado poco debate debido, en mi opinión, al blindaje protector de los reaccionarios progresistas.
Oponerse al tema, o solo mencionarlo, activa en redes una muchedumbre de rabiosos que no les interesa el debate, sino la imposición de dicha ‘solución’ como verdad absoluta, indiscutible e inequívoca. Esto es un fenómeno común en estos tiempos. No importa si las ideas son buenas o malas, sino quien las grita más fuerte.
Mi problema con esta medida, por más ‘noble’ que sea su intención, es que prioriza la categorización de las personas por grupo, colectividad o, en este caso, por sexo y no por su individualidad. El género terminará determinando la conformación de listas y, eventualmente, la obtención de una curul. El carácter de la persona, su inteligencia, competencia para el cargo, su solvencia ética o cualquier otro estándar de calificación meritocrático serán segundarios. Se elimina la jerarquía de competencia y se prioriza la colectividad en perjuicio del individuo. Al predominio de estos principios, por lo menos los conservadores y los verdaderos liberales, deberían oponerse. Sobre todo, si buscamos aumentar la calidad de nuestros gobernantes, no meramente su paridad.
¿Y dónde para el afán igualitario? Es claro que no se reduce al sexo o las curules en el Congreso. ¿Vamos a igualar todo? ¿También buscaremos igualar el resultado en cuanto a la riqueza, a las notas en la educación, en los concursos de méritos? ¿Por qué limitarla sólo con respecto a puestos de poder?
¿Debe aplicarse también en otras áreas como la construcción donde predominan los hombres? ¿En las formas de pensar, en la estética, la felicidad o los gustos? Si los proponentes de dichas políticas son congruentes ¿por qué quedarse en el artículo 84? No se trata de sexismo o esa lucha extremadamente politizada por un sector ideológico. Se trata de entender que la desigualdad derivada del libre mercado, las jerarquías de competencia y el esfuerzo individual es sana. ¡Representa la democracia liberal! Lo otro es cuota inicial del autoritarismo.