“Es hora de empezar a imaginarlo”
En medio de la natural angustia que el Covid-19 ha desencadenado en el mundo, los gobiernos exploran afanosamente los mecanismos y políticas que permitan salvaguardar la vida y la producción de los bienes que la hagan posible. Esa tarea conlleva entonces la necesidad de interrogarse sobre la arquitectura social y política que seguramente emergerá de la superación de la crisis.
Lo primero exige medidas prontas de salubridad y de contención de los efectos previsibles de la recesión que no difieren de continente a continente, pero implican sacrificios inesperados. Lo segundo, en cambio, está determinado por variables inciertas, como que las opciones existentes son múltiples y variadas, lo que dificulta decisiones apropiadas para todos, y que por su naturaleza pueden entrañar una reconfiguración del ordenamiento político, social y económico en el planeta.
El Covid-19 desafía a un mundo que creyó alcanzar niveles de perfeccionamiento inusitados, sin antecedentes en el pasado, de la mano de unos avances tecnológicos continuos y rápidos que convirtieron al mundo en una aldea global comunicada en tiempo real y que prometía desterrar el hambre, la peste y la guerra, pandemias que asolaron a los seres humanos. Ese espejismo se esfumó y obliga a nuevas reflexiones sobre el mundo que nos espera, que hoy todavía no anticipamos, y que se construirá a partir de las decisiones que se tomarán para derrotar la pandemia. La única certeza es que no asistiremos al alumbramiento del “Homo Deus”, profecía por ahora inconclusa.
Una primera mirada al mundo de hoy nos indica que estos momentos exigen liderazgo y cooperación que no encontramos en un escenario de decaimiento de las instituciones multilaterales y de competencia desenfrenada por el liderazgo mundial, hoy en sede vacante. La Unión Europea se estremece en sus pilares por la incapacidad de colaboración entre naciones ricas y menos favorecidas y por la tendencia de un retorno al ejercicio pleno de las soberanías nacionales. Estados Unidos practica un aislacionismo progresivo y la Gran Bretaña retorna a su condición insular. Ello explica la tardanza de todos ellos en enfrentar la virulencia del Covid-19. Occidente pierde su rumbo y otras opciones hacen carrera.
Hoy se mira al Oriente. Su cultura y su progreso tecnológico le han permitido éxitos en el control del virus con la aplicación de la vigilancia digital que no despierta entre ellos inquietudes sobre sus libertades. Occidente prefiere ignorar que con esa tecnología captan hasta lunares en la cara y sobretodo el pensamiento y comportamiento del ciudadano. Nos venden hoy su versión del capitalismo y su idea de democracia, sin que comprendamos que ambos son ajenos a nuestra comprensión de la democracia. El virus no provocará revoluciones, pero cuando termine su ronda el mundo habrá cambiado. Nuevas formas emergerán con la automatización y la inteligencia artificial en todos los ámbitos de la actividad humana. Es hora de empezar a imaginarlo.