¿Indecisos? | El Nuevo Siglo
Martes, 30 de Abril de 2019

Lo que han mostrado las elecciones generales en España es que la política tiende a ser, cada vez más, el imperio de los indecisos.
Y que los indecisos pueden dejar de serlo por los debates televisados. Pero no por cualquier debate televisado.
De hecho, los norteamericanos viven unas campañas primarias y definitivas tan marcadas por los debates que, a la postre, estos pasan a ser parte del paisaje y la rutina.
Aun así, pueden ser importantes para inclinar en buena parte la balanza, de tal modo que una democracia activa no se concibe sin estos mecanismos que tanto influyen desde hace mucho tiempo en Colombia, o Francia, y desde hace poco en Alemania o el Reino Unido.
Lo cierto es que España se ha convertido ya en objeto de estudio porque de los quince días autorizados de campaña propiamente dicha, la mitad se diluyeron por causa de la Semana Santa.
Adicionalmente, muchos daban por hecho que no habría debate porque el presidente socialista no quería abandonar la triunfalista zona de confort en que lo habían situado las encuestas.
Pero, consciente de que podía ser víctima de un trágico espejismo, Sánchez no tuvo más remedio que aceptar el desafío; y no uno, sino dos debates.
Con un ¡40 %! de indecisos, los debates se convirtieron, pues, en la clave para trazar el rumbo electoral, del mismo modo en que un medicamento como el Salbutamol puede rescatar de un severo broncoespasmo a los pacientes afectados por el asma.
De hecho, los debates influyeron claramente en los adeptos, reforzando la intención de voto, más que modificándola.
Pero, sobre todo, influyeron en los mencionados indecisos liberando a buena parte de la disonancia cognoscitiva en la que estaban atrapados, estimulándolos así a tomar partido.
Pero, más que a tomar partido, habría que decir “a tomar bloque”.
Tan diversa y regionalizada como es, la política española es una de las más complejas del planeta, pero, aun así, termina definida, como siempre, por un espectro que va de la izquierda a la derecha, por mucho que algunos partidos quieran parecer más inclinados hacia el centro.
En tal sentido, los debates se orientaron, no tanto a que un votante del derechista Partido Popular diera el salto hacia el derechista partido Ciudadanos, o que un militante del izquierdista Podemos terminara depositando el voto por el Partido Socialista.
Antes bien, lo que se buscaba es que un izquierdista terminara votando a la derecha pero, ante todo, como ya se dijo, que un indeciso terminara inclinándose por un bloque o por el otro, puesto que, en un sistema parlamentario, de ese voto dependen las coaliciones parlamentarias que son las que terminan eligiendo al presidente del gobierno.
En todo caso, debates en los que, como es apenas lógico, se negoció obsesivamente, o se sorteó cada detalle: el ingreso a los estudios, los puestos que ocuparon, el que abrió y el que cerró, el uso de contra planos y la división de la pantalla en cuadrantes para ver las reacciones emocionales de cada contendiente.
En definitiva, la política en función de la mediatización con la ilusión de la que vive hoy toda democracia: derrotar a la desinformación, al daño contagioso de las redes sociales y a la destructividad de los extremistas conectados en red.