En Colombia se puso a prueba la popularidad del gobierno de Gustavo Petro.
Perdió de forma holgada en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, en ambos Santanderes y en más del 90% de los departamentos del país. Es no solo algo cuantitativo, sino un sentimiento de lo que se llama el voto de opinión en las mayores ciudades. En fuerte contraste con la votación que tuvo en las presidenciales. Vale decir, Petro es más apreciado como político que como administrador de la cosa pública. Como su movimiento político no había participado antes en elecciones regionales, no hay un punto de referencia para sumar lo disímil. Pero si pretenden sumarlo como ganancia, es necesario sumar también el de sus contradictores, y el rechazo fue mayor. Afirmar lo contrario es “hacerse ilusiones sobre tibios colchones de algodón y de seda” como decía el poeta Luis Carlos López.
Sus errores administrativos se explican por cuanto sus seguidores que ocupan cargos altos y medianos, no tienen en su mayoría experiencia alguna en el manejo del estado. Algunas y algunos de ellos siguieron actuando como si estuviesen todavía en la oposición, y no se percataban al parecer que a ellos les correspondía, ahora, ser parte de la solución y no del problema. Y el manejo del gobierno en este país no es cosa fácil, y no hay cursos en parte alguna que suplan esa falta de experiencia. Por otra parte, ahora sus seguidores se habrán beneficiado para el futuro con ese Kínder. Fue notorio que, en la mayoría de los ministerios e institutos descentralizados, no se ha cumplido con la inversión del gasto ni en un 50% otra ni en un 30%.
Ese dinero se ha quedado en los bancos. Cosa que, si el gobierno hubiese sido de derecha, la tildarían de componenda financiera.
Algunos de sus seguidores afirman, en privado, que en realidad tenían temores de hacer contratos y que estos resultaran fraudulentos como ha ocurrido en otros gobiernos. En suma, no usaron el trigo por temor a la cizaña. En ese inmovilismo, adobado con cierto radicalismo verbal, el gobierno cosechó lo que se merecía en las provincias.
Si le va mejor al gobierno, le ira bien a Colombia, que vio en él un sucedáneo de esas castas endogámicas y principescas que tanto mal le han hecho al país. La democracia debe ser más consensuada.
Sus buenos logros internacionales con Estados Unidos y China, así como la sana insistencia por el logro de paz interior, no incidieron tanto en las regiones, como la falta de inversión pública. Y las guerrillas no le están cumpliendo.
La negociación con China para el Metro de Bogotá, suscitó una ruptura del presidente con su candidato para alcalde de Bogotá. Es decir, la que ayer fue su fortín ahora es su talón de Aquiles.
Pero hay un esquema que se repite: el primer año manda el presidente, el segundo manda el presidente y el congreso, y del tercero en adelante manda el Congreso. Así es.