Dos años después del fallecimiento de Andrés Infante Cotes, quien programó viaje póstumo desde Bogotá hasta su natal Santa Marta para acelerar el encuentro con su adorada esposa, Josefina, quien había trascendido en el 2005, ahora nos toma por sorpresa la muerte de su hijo mayor, Jaime, con quien compartimos muchos gratos momentos en épocas pre y post universitarias. Yo entraba a estudiar Derecho y él iba a medio camino en la Pontificia Universidad Javeriana, cuando nuestras vidas coincidieron en temas políticos, literarios y, sobre todo, concertando una gran amistad personal y familiar.
Estudiante brillante, de un temperamento firme y controversial, no sintonizó con todos los seres humanos circundantes; pronto lo enrolé en las Brigadas de Acción Social (BRAS) grupo de líderes conservadores universitarios de finales de los 70s que, bajo la inspiración suprema de Álvaro Gómez Hurtado, seguía las directrices de Gabriel Melo Guevara, Alberto Dangond Uribe, Rubén Darío Lizarralde y Carlos Alfredo Quiñones, y allí militábamos, entre otros, con Luis Ignacio Andrade, Jorge Edgardo González, Juan Hurtado Cano, Germán Medina Franco, Ángela Echeverri, Lina María y Mónica Londoño, Daniel Salazar, José Miguel Rojas, Luis Emilio Sierra, Luis Enrique y Luis Fernando Ramírez, Eugenio Gómez, Carlos Alberto y Hernando Medina…
De la mano de Gabriel Giraldo, nuestro decano, pronto fue a parar como secretario privado del director de El Siglo y senador de la República, quien no dudó en llevárselo de segundo a bordo cuando fue exaltado por Belisario Betancur a la embajada de Colombia en Washington, en 1983, donde tuvo el honor de presentar credenciales ante ese gran conservador llamado Ronald Reagan. Allí, Jaime pronto se conoció y contrajo nupcias con María Emma Ardila, hija del destacado empresario, matrimonio al que tuve el honor de ser invitado junto con mi compañero Samuel Velasco (q.e.p.d.) pero el padre Giraldo nos negó el permiso con una justa excusa: coincidía con nuestros exámenes finales.
Gracias a los buenos oficios de Jaime, nuestro jefe natural, Álvaro, estuvo en mi casa en Pereira, año 87, en una de sus giras políticas y tuvimos el grato honor de compartir una agradable tertulia con mis padres, mis 13 hermanos y parte de la dirigencia conservadora del Risaralda; posteriormente, en el 92, cuando Colombia estrenaba apagón, Jaime tuvo la generosidad de recibirme en su casa de Washington, donde mucho tiempo vivió, en una mansión que había comprado al ex Secretario de Estado, Alexander Haig. Entonces, ya dirigía el Instituto de Estudios Jurídicos Latinoamericanos en Georgetown University y sería luego Asesor del Departamento de Estado y Embajador en la India, en el 2002, todo como si nada. Simplemente era su condición profesional y personal, que lo hacía estar a otro nivel.
El viernes pasado se despidió de este mundo, tras lidiar con una penosa y prolongada enfermedad, entre Washington, Nueva York y Bogotá, donde sobrevivió sus últimos días, rodeado de su esposa, María Emma, sus hermanos, Eloísa y Andrés, sus tres hijos, y de cinco nietas que aporta para la posteridad. Perdimos a un gran amigo y a un ser humano de otra dimensión.
Post-it. Acaban de trascender, también, Ramón Eduardo Madriñán de la Torre, nuestro querido maestro de derecho comercial, y Juan Fernando Cobo, gran artista plástico caleño, a quien conocí cuando era funcionario del Consulado nuestro en Nueva York, en el 86, y con quien me reencontré hace 8 años en una exposición suya en Santiago de Cali, antes de regresar a Madrid. Dios los guarde.