Conocimos al maestro Jaime Llano González a comienzos de los años sesenta, en las instalaciones de la emisora Nueva Granada. Nosotros laborábamos en compañía de Alfonso Castellanos en el noticiero Actualidades RCN y todas las noches éramos testigos presenciales del nacimiento de las más bellas canciones colombianas bajo la inspiración y arreglo de su maravilloso órgano alemán.
Allí aprendimos a conocer a un gran artista, maestro de la música, la vida y la amistad. Era en verdad un gran caballero en toda la extensión de la palabra y nunca lo vimos fallar en su cita nocturnal con sus miles de oyentes y sobretodo con su fanaticada femenina, con la que coqueteaba a través de sus magistrales interpretaciones ya que personalmente se lo impedía una inmensa timidez que, quizás, incrementaba su encanto.
Eran los comienzos de las cadenas de radio en Colombia y empresarios como don Enrique Ramírez tenían un especial olfato para descubrir los secretos de la sintonía. De toda su programación las serenatas del maestro antioqueño. Recordamos como si fuera ayer, los piquetes de policía y de bomberos que llamados de urgencia para controlar las situaciones, en vez de hacerlo se sumaban a los fans del maestro para escucharlo embelesados.
Pero nadie gozaba más del espectáculo que el propio maestro, pues era un intérprete que se gozaba de lo lindo sus propias interpretaciones, a tal punto que más de una vez violaba el famoso bombillo rojo que los escenógrafos le colocaban para anunciarle el fin de la actuación. Tenía una memoria prodigiosa y la mayoría de sus centenares de interpretaciones sublimes las hacía sin lectura musical. Su conocimiento del pentagrama era ilimitado.
Era, en verdad, un músico genial, pero antes que nada un entrañable amigo. Nunca olvidare como una noche al terminar su función se me acercó y con su gentil timidez de siempre me dijo: "Supe que te vas a matrimoniar y sólo espero que me des el honor de acompañarte con mis melodías en ese día tan especial". Sobra decir que lo hizo en forma magistral y nunca, con mi esposa María Cecilia, olvidaremos como Jaime transformó en una velada inolvidable nuestra ceremonia nupcial.
Fue el primero de una serie de eventos en los que él nos acompañó en nuestra vida personal y profesional. Y siempre lo vimos enrejados con mística y fervor profundos al cumplimiento de sus deberes musicales. Era curioso cómo, en medio de sus actuaciones magistrales, siempre se las arreglaba para parecer invisible físicamente en el espectáculo. Pero es humildad escénica lo hacía más grandioso en su entrega musical. Repasando estos dolorosos días de su partida no podíamos menos de lamentar cómo han cambiado los tiempos y cómo ahora es tan difícil cultivar amistades tan singulares como la suya. Siempre nos acompañara en un lugar privilegiado entre los buenos compañeros de vida que tuvimos. Y jamás lo podremos olvidar