Tiene razón el Vice
“Nos ha venido acostumbrando a que dice verdades”
LOS economistas teóricos, que parecen vivir en la estratosfera, están disgustados con el Vicepresidente de la República, porque les respondió con el argumento de la realidad acerca del criterio que ahora utilizan para definir lo que es pobreza.
Es cierto que las funciones del Vicepresidente no tienen, en la actual administración, unos linderos trazados de modo claro por el Jefe de Estado, como lo ordena la Constitución, y por ello son frecuentes los choques de opiniones y conceptos entre el doctor Angelino y funcionarios gubernamentales.
Pero, aunque muchas veces hable sobre asuntos que no tiene en la lista de sus atribuciones -sencillamente porque la lista no ha sido elaborada, o al menos no ha sido publicada-, el Vice nos ha venido acostumbrando a que dice verdades que otros servidores del Estado callan. Y de esa manera el Ejecutivo, mirado en su conjunto, cumple aquella divisa de los reformadores según la cual “el que peca y reza empata”.
De ahí que, por ejemplo en el caso de la última polémica, Garzón muestre la cara social del Gobierno mientras los cerebros de Planeación exhiben su salvaje concepción neoliberal.
Mientras la mayoría de los colombianos no entiende -porque es incomprensible- la tesis de los tecnócratas en el sentido de que una persona que gane más de $ 190.000.oo ya no es clasificada como pobre -habría que preguntar si esos tecnócratas la consideran rica-, el Vicepresidente ha hablado en términos sencillos, al alcance de cualquier trabajador o ama de casa, y se ha referido al hecho notorio de que la indicada cifra de $ 190.000.oo mal puede enriquecer a nadie, porque no alcanza ni para un mercado modesto, menos aún si se pretende que dure un mes.
El ciudadano del común se identifica con el Vicepresidente porque éste ha hablado con claridad, mientras que el lenguaje de los técnicos de Planeación Nacional y el DANE es cada vez más enredado y confuso, de modo que las cifras que presentan resultan ser irrisorias.
Lo irrisorio es, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, lo que mueve a risa o provoca burla.
Y es que no otra cosa ocasiona el argumento de los economistas cuando recomiendan que el salario mínimo se reajuste en 20 ó 25 pesos, o que no se reajuste, cuando los precios de los productos y servicios crecen por miles.