Este tema hace mucho tiempo que deseaba considerarlo por ser una manifestación totalmente ajena a los procedimientos de policía y presentarse con cierta regularidad en algunos sectores del país, con idiosincrasias proclives a estas conductas que tratan de justificar, con variadas argumentaciones, no obstante no existir motivación válida para semejante proceder.
En algunas oportunidades grupos de ciudadanos o conglomerados sociales, impulsados por las circunstancias, deciden hacer justicia con su propia mano, sin detenerse a medir las consecuencias de sus actos y mucho menos la validez o razón que puedan tener para obrar de esta manera tan brutal. En la mayoría de las ocasiones las personas actúan llevadas por fuerza de la situación o las presiones del grupo, midiendo de antemano que el anonimato de sus actos está asegurado por la cantidad de personas actuantes, error garrafal, porque si en épocas pasadas esa consideración fue válida, hoy es imposible que este tipo de conductas puedan quedar impunes, pues las autoridades e investigadores cuentan con recursos necesarios para adelantar una indagación rápida y efectiva.
Es saludable recordar que cuando un ciudadano participa en atropellos a un delincuente, así el trasgresor se encuentre identificado y probado a la luz pública sus fechorías, que está alterando la paz desconociendo la institucionalidad e incorporándose azarosamente al ámbito delictivo, puede convertirse en objeto de investigación; créanme que no existe excusa para atenuar estos comportamientos, así se invoque la ausencia de justicia, la demora de los representantes de la autoridad o policía, un estado intenso y descontrolado de ira. Nada puede alegarse a favor ante estas manifestaciones de irracionalidad, que en la mayoría de los casos tiene funestas consecuencias y desenlaces fatales.
La agresión en masa a una persona tiene ribetes de barbarie, ante la cual es necesario actuar con templanza y aplomo, porque tan responsable resulta quien actúa físicamente como el instigador, igual aquellas personas que callan y simplemente asisten como convidadas de piedra al espectáculo del un linchamiento, ataque a instalaciones pública o privadas etc. Existen mil manifestaciones de desasosiego que en determinado momento se convierten en hordas descontroladas y que pueden desembocar en disturbios, con los excesos relacionados anteriormente. Sin embargo, este criterio de justicia por propia mano se está presentando en todos los escenarios donde el orden se sale de cauce.
La recomendación para el ciudadano de bien va direccionada a informar rápido y oportunamente a la fuerza pública, evitando jugar al héroe que enfrenta una situación conflictiva para defender su integridad, porque esta deducción- recuerde- no lo autoriza para agredir, atacar u ofender a persona alguna. Por último, este tema me da pie para recomendar el acato y respeto por la autoridad ya que hemos visto como algunos grupos ciudadanos agraden los representantes de orden que la defienden y amparan.