La pretensión de abolir el pasado equivale a borrarle a una persona su memoria. Lo intentó en el siglo XX el nazismo en Polonia para expoliarla más fácilmente, y el Sovietismo en la propia Rusia expurgando de sus textos la mención de los aportes de Trotsky a la revolución de 1917.
Antes, tras la Revolución francesa, la llamada “Ilustración”, intentó abolir mil años de historia convirtiendo al medioevo ¡en un adversativo! Cosa que algunos, muy orondos, todavía hacen. Lo convirtieron en una caneca de la basura para decir cualquier cosa.
En Colombia, el estudio de la historia en los colegios fue abolido desde mediados de los años ochenta y solo se reanudó hace dos años, pero claro ya no había profesores idóneos. Ese lapso de casi cuatro décadas vio surgir un gobierno con la ayuda masiva de los traficantes de drogas que inclinaron una elección. Y a un caudillo con apoyo paramilitar, quien se reeligió tras reformar la Constitución que la prohibía. Bajo esos ocho años de administración fueron asesinados seis mil ciudadanos con el doble eufemismo de “ejecuciones extra-judiciales” y “falsos positivos”.
Este experimento criollo es una advertencia planetaria, un laboratorio para demostrar los peligros de borrarle el pasado a varias generaciones. La subcultura del narco y del paraco aun gravita en este país. El actual presidente, heredero del caudillo, aborrece la mención de las masacres que hoy ocurren, y prefiere como lingüista quisquilloso usar otros términos menos repugnantes, mientras las masacres y los desaparecidos continúan.
En una ocasión pregunté al azar a un grupo de muchachos y muchachas; que cursaban en lo que antes se llamaba el bachillerato, si me podían informar quien era Simón Bolívar y premiaría la respuesta. No lo sabían. Pero una niña, más avispada, le pidió a otro que mirara en Google, por la premura solo alcanzó a decir “es el libertador de Estados Unidos”. Por supuesto todos esos niños merecían una recompensa mayor de lo que yo podría darles, por el patrimonio que les habíamos robado.
Pero para guardar la simetría con esa conversación, en una reunión privada con congresistas varios de ellos y ellas, sin el menor pudor, mencionaban como una gracia, la forma como habían repartido los dineros del narco en la segunda vuelta presidencial a favor de Ernesto Samper. Y emulaban entre sí para mostrar la cuantía de la participación, dándose importancia.
En cambio, los masacradores son cautos, y de ellos solo se sabe lo ocurrido por diligencias judiciales, y por medio de confesiones negociadas. Algo que exaspera al caudillo Uribe que apuntaló las llamadas, también con eufemismo, “Convivir” que devinieron en las Conmatar.
La Historia como disciplina es como un río, describe, pero no explica nada. Y como el arte, es asociativa. Pero sin ella no hay contexto. Y el conocimiento se atomizaría, se convertiría en una colcha ininteligible de retazos narrada sin nexos por especialistas de los distintos saberes.
El daño que se le hizo a Colombia no es cuantificable.