Vivimos el ocaso de una historia. No por la peste que nos agobia, aun que ella nos ha permitido sopesar las premisas de lo que se ha llamado “el progreso”, en el recuento de esa historia. Premisas que no son las de las ciencias ni de las técnicas, aunque de su prestigio se han servido los brujos del progreso para justificar un engranaje de codicia que destruyó al planeta en los tres últimos siglos, so capa del “progreso”.
La edad de la fe, que se complacían en haber superado, ha devenido en la idolatría por los caudillos y por las supersticiones más absurdas, como lo puede atestiguar cualquiera que se informe de lo que ocurre con las masas consumidoras norteamericanas que encarnan el arquetipo de esa anhelada meta.
El mundo, como lo describió Spengler en su monumental “Decadencia de Occidente”, “La caída de la Tierra de la Tarde” como la traducía delicadamente Borges, ha entrado de lleno en “La Era de los Césares”. Me permito agregar que quien no conoce ese diagnóstico de lo que le ocurre al alma del hombre occidental, se verá atrapado en los anhelos cortoplacistas de expectativas por los resultados de las urnas.
Esa es la medida ciega que se mide a sí misma. El progresismo es optimista y triunfalista, y el triunfo de ese engranaje es tautológicamente el progreso, y de los triunfos no hay autopsia.
El límite lo ha puesto la naturaleza, a la que se trató como a una máquina. Y de la cual sacó demasiado, pero nunca lo suficiente, como el título de la biografía del caudillo Trump. La producción como rasero válido absoluto.
Inútil repetir a los televidentes lo que ocurre en los polos, los incendios, las sequias, la destrucción del Amazonas por los sátrapas del progreso de Brasil, Bolivia, Perú, Venezuela y Colombia, amparados en la reclusión de sus opositores por la peste.
Y el problema de esta civilización es su dimensión planetaria. Pues los llamados Estados de los Trabajadores (a eso redujeron al ser humano) es el mismo engranaje destructivo con césares más avezados y de robusta tradición autoritaria. Pero las premisas son idénticas.
Ahora, por primera vez en la historia, la Tierra de la Tarde engloba a todo el planeta. Y no hay alternativas geográficas a la vista.
La sociedad occidental “más desarrollada”, pasado cierto límite, convirtió a las personas en masas insatisfechas, adictas a consumos innecesarios para beneficiar a los productores. Y esa métrica se usó como medida de desarrollo.
Incluso los que barruntan que esto es “inaceptable” continúan con las convicciones que lo hicieron inaceptable. Hablan de “progreso sostenible”. Pero no se intenta reeducar a los jóvenes consumidores del engranaje, en mitigar su galope por lo superfluo, en necesitar pocos objetos. Lo que desdoraría su medida cuantitativa progresista de consumo bruto con el que miden el “desarrollo”. Viven el ocaso de su propia historia, y suponen que la aurora empieza cuando la noche se aproxima.