Varios países han prestado su concurso para acudir con ayuda humanitaria -medicinas y alimentos imperecederos- con destino a la población venezolana, que desde hace ya mucho tiempo padece hambre y enfermedades no atendidas, mientras la inestabilidad política es ya insostenible, la economía es deplorable y la desproporcionada inflación ha llegado a niveles que hacen imposible a las personas cualquier adquisición de aquellos elementos en condiciones normales.
Hago votos porque al momento en que se publique esta columna, ya esa ayuda -que quizá sea insuficiente (dicen los medios que alcanza apenas para 10 días), pero que es indispensable e inaplazable- haya llegado a sus destinatarios.
Es un error adicionado a los anteriores, que Nicolás Maduro -con desespero y sin razón- haya resuelto, invocando razones de seguridad y soberanía, bloquear la ayuda humanitaria que ya está en la frontera colombo-venezolana para su entrega a las necesitadas comunidades.
Esa actitud no solamente es ofensiva y cruel -en cuanto afecta a muchas personas desvalidas que hoy reclaman a gritos algo que alivie sus muchas penalidades- sino suicida, porque puede precipitar la indeseable intervención armada de los Estados Unidos en Venezuela, cuando lo que se debería buscar sería una salida pacífica y sujeta al Derecho interno, con el apoyo de la comunidad internacional. Ojalá el régimen cambie la política restrictiva hasta ahora aplicado.
Se ha reunido en estos días, por iniciativa de México y Uruguay, el Grupo de Contacto Internacional, del cual hacen parte países europeos y latinoamericanos, cuyo objeto consiste en coordinar los esfuerzos internacionales que buscan una solución institucional y pacífica a la crisis. Como lo ha expresado su principal impulsora, la diplomática europea Federica Mogherini, lo que esos países buscan no es un apoyo al actual régimen sino el diálogo con la oposición y una solución democrática y no armada. Se reconoce la existencia de la grave crisis que, de no solucionarse, tendrá graves repercusiones internacionales, pero se procura -a mi juicio con razón- un camino institucional en el que no haya una intervención extranjera sino la decisión de los venezolanos, en ejercicio de su soberanía.
La situación de Nicolás Maduro y su régimen es cada día más compleja. No se ve la luz al final del túnel. Rechazado por los Estados Unidos, por la Unión Europea y por la mayoría de los países suramericanos -entre ellos Colombia-, que han reconocido legitimidad al autoproclamado presidente encargado Juan Guaidó, solamente cuenta con el interesado apoyo de países como Rusia y China. Más que sostenerse en el poder -lo que ya parece imposible-, Maduro está confiado en el respaldo que le puedan -o quieran- brindar los militares.
La población, azotada por la pobreza -en un país rico, como Venezuela- es hoy contraria al chavismo y la Asamblea Legislativa está en abierta oposición.
Hasta ahora, el Gobierno colombiano ha sido prudente, sin perjuicio de su firmeza, y lo que se espera es que no se le ocurra aceptar propuestas internas o externas de comprometer a Colombia en una guerra que nuestro criterio democrático e institucional rechaza.