“En últimas, está en el interior cada habitante”
Recorrer la historia de nuestra patria, y especialmente de Bogotá, nos permite evocar tiempos de talantes respetuosos, observadores de los más finos modales, que redundaban en orden ciudadano, buenas costumbres y acatamiento por la ley. Imposible hablar de sensibilidad en la educación sin llegar al núcleo familiar, donde se acuñaban una serie de enseñanzas acompañadas de un ejemplo arrollador. La semilla familiar se potenciaba con el aporte educativo, al ser el párvulo estudiante objeto de las rigurosas directrices sociales, morales e intelectuales, en el plantel educativo que sus padres, con gran cuidado, escogían como prolongación de una formación integral.
Con esas bases no podía el ciudadano en ciernes ser inferior al reto de continuar la estirpe de un foco familiar temeroso de Dios y observador de la ley a rajatabla; en aquellos tiempos los ciudadanos, a más de enaltecerse mutuamente, tenían un elevado concepto de las instituciones y autoridades, a quienes siempre miraban con respeto y disponibilidad de acato. Es decir, apreciados lectores, que la cultura ciudadana brotaba por los poros de las gentes de todo nivel, lo que facilitaba una ciudad organizada, una comunidad comprometida, una Policía cercana, una administración eficiente y, lógico, una justicia pronta y efectiva.
Las preguntas: ¿En qué momento esa organización cívica, tan ejemplar, se deterioró? ¿Qué influyo para que los ciudadanos dejaran de respetarse a sí mismos y entre sí? ¿Dónde quedaron las buenas maneras? ¿Qué hicieron los hombres prestos al auxilio de sus vecinos? ¿Cuándo los conductores de todo tipo se tornaron agresivos e intolerantes? ¿Qué rumbo tomaron las amas de casa, aquellas preocupadas por la recolección de las basuras y aseo circundante a su hogar? ¿Y el orden ciudadano bajo qué parámetros desapareció?
Duro panorama el que hoy vivimos. Respuestas hay muchas, por ejemplo: diríamos que la educación en los planteles se resquebrajó; desaparecieron las asignaturas que construían principios y valores; la familia se distanció, dando paso a malos ejemplos; y, lo más importante, el microtráfico fue invadiendo los espacios de formación, llevando consigo un impulso de libertinaje producto de la adicción y el descuido familiar. La mayoría de los padres se niegan a aceptar la drogadicción en sus hijos o, en últimas, culpan al colegio, la Policía y la misma administración de las desgracias sociales. Por todo lo anterior se hace urgente que las autoridades acojan una serie de estrategias tendientes a motivar círculos sociales, encaminándolos a retomar los valores; si logramos comprometer a educadores, en comunión con las familias y el liderato de la Policía, en una cruzada que busque reactivar la civilidad, la fraternidad y el compromiso, es posible que logremos un ligero asomo de cultura ciudadana, que, en últimas, está en el interior cada habitante.