Luis Buñuel tenía entre sus amigos surrealistas uno que llevaba un espejo en la solapa interior del abrigo, cuando lo saludaban lo volteaba para cerciorase quien era antes de responderle. Según él, los fantasmas no se reflejaban y era mejor estar prevenido.
Buñuel en su agradable autobiografía Mi último Suspiro cuenta que le preocupaba el asunto porque ese amigo cada año que pasaba dejaba de contestar el saludo más y más a menudo.
En nuestra época el número de fantasmas ha crecido y tienen IPhone. Pero ya no tenemos ese espejo mágico. Nos toca leer las opiniones en la Red en las que todos y cada uno afirma que el mundo está mal porque no lo escuchan. En esa torre de Babel, por supuesto, algunos escriben, y lo que es peor, es que creen que la humanidad jamás había estado mejor. Son Adanes y Evas, para quienes el mundo no existía antes de su llegada. De modo que, de esa sombra digna de la caverna de Platón, no despertarán. Y ninguna técnica los sacaran de ese limbo.
Nuestra época no es el drama de la razón ausente sino la tragedia de la razón triunfante. Se trata de una razón basada en la materia, en la codicia impuesta como el rasero absoluto del hacer más y tener más, sin darle mayor importancia por el ser más.
Pero eso no lo notó el programa lineal que se limita al bien llamado producto bruto. Hubo necesidad de que la naturaleza se rebelara con ira y furor, para que barruntara que, con esa actitud esencial, no es posible continuar. Pero ni siquiera esa rebelión ha logrado modificarlo. Gracias a la dependencia de los hidrocarburos, tenemos dos guerras en las que los rusos masacran a los ucranianos, y ahora Israel masacra al pueblo oprimido de Palestina. También esos, solos son efectos de algo peor que ocurre en el alma humana.
La respuesta no está entre los científicos que hacen maravillas, pero están atados a Estados que aprovechan sus logros para la guerra, primero que todo. Y para el consumo. Mientras que el cambio de la mentalidad de la mayoría sigue intacto, perdido en la sombra que toma por realidad. Y apuntalado por prestigiosas academias que sirven a los Estados y al consumo sin límites.
El diagnóstico de Spengler sobre la decadencia de Occidente (ahora todo el globo es Occidente) lo hizo, comparando varias civilizaciones entre sí como si fueran árboles. Analogía que le permitía saber si estas estaban en el inicio, en la madurez o al final del proceso. Y a principio del siglo pasado vaticinó que Occidente estaba entrando en la Era de los Césares, época por la que pasó Roma, en una avanzada madurez seguida de franca decadencia.
Y si se mira el resurgimiento del caudillismo en todo el planeta (no importa de qué signo se disfrace) esa pre-visión no parece equivocada. Y la masificación de la comunicación no tiene espejo para auyentar a los fantasmas.