Mi padre era todo un hombre. Qué varón aquél. No sé por qué, pero en el rostro de mi padre hallaba las líneas espirituales que le han dado una dimensión a la familia. A la familia antigua, a la familia colombiana, aquélla que rezaba el rosario, bendecía los alimentos y creía tener derecho al cielo. Mi padre no era alto de estatura. Pero era todo fuerza moral y energía espiritual. Resistente, amigo de la tolerancia y la convivencia. Su libro era su vida abierta para quienes quisieran leer en sus líneas los trabajos y los días se un caballero a la antigua usanza.
Impecable en el vestir. Chispeante en la conversación. A veces fatigado por los dolores y fatigas de la vida. No siempre la abnegación, la destreza, la honestidad y la perseverancia llevan a las iluminadas colinas del éxito. Pero lo importante es el testimonio humano. Él siempre decía: solo las cosas difíciles merecen intentarse, y aunque la derrota nos aflija, hay que hacer el gesto grande.
Para mí ese hombre descomplicado, transparente y sencillo era todo: el valor, el decoro, la virtud, el carácter, el desprendimiento, el idealismo. Aunque no tuvo cultura universitaria, tuvo algo mejor. La sabiduría de la vida. Repetía que, para ser feliz, hay que dar y dar siempre. Si sembramos semillas buenas, siempre tendremos frutos excelentes. El que todo lo da, todo lo tiene. Muy joven, encontré en un libro de Gabirela Mistral lo que se practicaba en mi hogar. “Hay la alegría de ser sano y la alegría de ser justo: pero hay por, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir. Qué triste sería el mundo si todo él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender “Que no te llamen solamente los trabajos fáciles. Es tan bello hacer lo que otros esquivan. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú... sé el que apartó la piedra del camino, el odio entre los corazones, y las dificultades de un problema”.
Un padre no es únicamente un progenitor. Es mucho más: un maestro, un guía, un apóstol, un soñador. Siempre está soñando en el futuro de sus hijos. Era tradicionalista hasta la raíz del alma, sin que esta posición ideológica y temperamental anulara su visión de un mundo dinámico y cambiante. Fue un hombre de favores y de entera palabra. Tenía muy bien labrado el concepto de la patria. Colombia estaba por encima de todo. En mi casa, la patria era un conjunto espiritual tan grande como la fe, como el amor, como cualquier pasión vibrante que sacude al ser humano.
Nada puede superar el perfume de la patria y la dulzura incomparable de los afectos familiares. La vida de familia'. Ese es el estado natural del hombre. Ese el estado a que el hombre, en cualquier situación en que se halle, tiende irresistiblemente. El amor embelleciendo la vida y suavizando las penas. “Dadme una familia fuerte y os daré una patria fuerte” decía Napoleón.