El día jueves de la semana pasada un grupo de jóvenes se reunieron en el Parque de la Independencia de Bogotá para protestar por la amenaza del gobierno (según ellos), de expedir un decreto facultando la policía a decomisar cualquier cantidad de droga que una persona porte o consuma en espacios públicos.
Valedera la protesta, democrática la demanda, pero, pero…al mismo tiempo se convirtió en una actividad retadora, que no está bien ni tiene presentación, pues consumir drogas en público, de manera desafiante, es una franca provocación y desconocimiento de la autoridad, con detrimento del orden y las buenas costumbres. Las imágenes e información entregada por los medios dan cuenta de muchachos en grupo, evidenciando su dependencia por la marihuana frente a las autoridades destinadas a guardar el orden y control de un evento, que debió ejercerse con decoro, decencia, sin consumir, ni retar a la ciudadanía de bien, porque en últimas esas posiciones desafiantes no tocan solo a las autoridades, sino a la ciudadanía en general que vio el reclamo por una libertad, vulnerando la tranquilidad y el derecho del ciudadano a ser respetado, rechazando actividades que perjudique tanto su prole, como el entorno social donde ejerce actividades de diferente índole.
El estado de inconsciencia producido por el consumo de estas sustancias torna intolerables a sus adictos, llevándolos al desconocimiento de la autoridad, por lo cual la protesta tenía que terminar como en realidad sucedió, un enfrentamiento de jóvenes con la fuerza pública, como es costumbre en nuestro país, que tristeza, siempre la policía que solo buscaba encausar la protesta, debió terminar como blanco de los agravios y agresiones de los iracundos muchachos, quienes actuaban bajo los efectos de las drogas.
El porte y consumo de estupefacientes no es permitido en Colombia, pero con el tiempo se fueron abriendo espacios, hasta llegar a consentir el transporte de la dosis mínima, lo que muy pronto nos condujo al comercio en menudeo de las drogas, porque los jíbaros o vendedores cobijados con el pretexto de ser adictos y enfermos que movilizan sus dosis personales, pudieron comerciar a sus anchas en todas las ciudades del país y no solo comerciar, sino generar una estrategia de mercado, buscando nuevos clientes que consiguieron en la juventud, al invadir los entornos de colegios y universidades, situación caótica que terminó en el consumo grupal y callejero, desafiando con ese comportamiento abiertamente retador y delictivo como lo vimos el jueves pasado, a las comunidades, grupos sociales y la misma familia, ¡nos cogieron ventaja!. Del ahogado el sombreo, por lo menos busquemos que el consumo se haga en privado, ellos encontrarán la forma de proveerse las drogas, pero que respeten las autoridades, la ley y las buenas costumbres. Los niños, jóvenes y aún los mayores merecemos respeto.