“Mundo actual nos ha vuelto enanos espirituales”
Así la llamaba San Francisco de Asís. La misma que ahora tiene atemorizada a la humanidad. Es ella, no el virus inclemente. Y naciones enteras se movilizan para espantarla como el peor de los enemigos, como el huésped más indeseado que pudiera llegar a nuestras vidas. De la muerte ni hablar, parece ser la consigna de la cultura actual. Se trata de vivir, gozar, reír, bailar, banalizar todo, olvidar todo sufrimiento. No hay campo para una tal muerte. Y, sin embargo, se mueve. Ahí está. Nadie podrá dejar de confrontarla y finalmente nadie podrá escapar de ser tocado por ella.
Siendo así las cosas, cabe preguntarse si lo lógico es vivir en estampida alocada y sin rumbo definido. O si más bien, lo sensato es ponerse de cara ante esta realidad oscura y misteriosa y convertirla, como lo hizo el pobrecillo de Asís, en hermana que algún día conoceremos y a cuyo encuentro deberíamos salir serenos y fuertes. No la buscamos, pero cuando deje ver su sombra frente a nosotros, la saludaremos con gallardía y, sobre todo con un mensaje que ella se resiste a escuchar: “No eres la última palabra, eres la penúltima, pues la última es resurrección”. Imposible olvidar, para hombres y mujeres de fe, que la piedra ha sido removida del sepulcro y que no hay que buscar entre los muertos al que está vivo, porque ha resucitado.
“No hay que temer a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”, dice el nazareno. Y acota: “Teman más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la Gehenna”. Para el creyente verdadero, el temor puede venir de los sufrimientos antes de dejar de vivir y de no haber vivido para Dios. Pero no debería causarle miedo el tránsito a esa bellísima condición que nos ha alcanzado Cristo con su resurrección de entre los muertos. Es más, debería desear, como lo hacía el Apóstol, su pronto encuentro con su Creador y su Redentor. Aun así, pensamos en ocasiones que todo el bien está aquí, en esta vida, en la gente que queremos, en nuestras alegrías y gozos. Pero, todo esto comparado con la gloria que se nos mostrará pesará menos que un gramo de arena en la balanza.
¡Cómo nos cuesta hoy especialmente el tema (¿?) de la muerte! Ni hablar de ello dijimos letras arriba. Incluso las personas de fe, demasiadas veces inmersas en el espíritu del tiempo y del mundo, hemos perdido la noción de desear el encuentro definitivo con Dios, plenitud de todo amor. Los jóvenes se han autodivinizado, los adultos no salimos de los médicos y de todo lo que les parezca, los mayores pagan porque les estiren hasta los años. ¡Cómo nos ha vuelto de mezquinos y enanos espirituales el mundo actual, fantasioso, pretencioso, lleno de nada!
No obstante todo, la vida sigue adelante… hasta encontrar la hermana muerte. Que las cuarentenas, los subsidios, los servicios públicos gratis, los tapabocas, el gel, los mercados regalados o pagados, no nos hagan olvidar que también hay que estar preparados para dar el paso definitivo y que allá, en las puertas de aquello que llamamos cielo, solo nos preguntarán por el amor. Como en aeropuerto moderno, antes nos quitarán todo: títulos, fortunas, famas, prestigios y desprestigios también y si después de este despojo aparece un ser lleno de amor, volará por siempre en el ámbito divino. Vivir en el amor para encontrar al que es Amor puro y pleno. Así todo es pasajero, incluso el morir.