El mundo está poblado por más de siete mil setecientos millones de personas. Por cada muerte hay más de dos nacimientos. La medicina aumenta la longevidad, disminuye la tasa de defunciones y acelera la tasa de crecimiento de la población. Es decir, la fila de salida es cada vez más lenta y estrecha que la de la amplia puerta de entrada de nuevos huéspedes. Eros parece derrotar a Tanatos. Esto puedes verse a la corta como una bendición, pero tiene bemoles. Como la nave tierra no descansa y no crece, a la larga la naturaleza se resiente, el planeta se agota. Y busca reestablecer el equilibrio. No sabemos cómo lo hará. Pero lo veremos.
La tesis Gea, desarrollada desde los años sesenta sobre la autorregulación de la naturaleza, no ha sido refutada. Y las consecuencias no han sido sopesadas ni tomadas en cuenta. Seguimos reproduciéndonos como conejos. Como “conejos católicos” dice el chiste protestante. El problema no parece tener solución racional ni pacífica. Pero quizás lo tenga al modo de Gea, en forma a racional y terrible. En cuanto al chiste, la verdad es que los países con mayoría católica practican libremente un fuerte control natal en todo el mundo, sin excepción. Ese espinoso tema se sustrajo al debate del Concilio Vaticano II y el Papa contra el parecer de la mayoría de los cardenales vetó el control natal artificial. Pablo VI se impuso, pero, su voluntad, no prevaleció. Quizás se deba a que los católicos, según Nicolás Gómez Dávila, como buenos cristianos viejos vamos a misa, pero nos dormimos en los sermones.
La superpoblación continua, como en la India. Y en los jóvenes países del África. A riesgo de parecer insensible, la actual peste del Covid-19 no ha cambiado el ritmo de crecimiento de la población pues el confinamiento disminuyó el contagio de otras enfermedades y muertes por accidentes de tráfico, por ejemplo. Aun si bien las pestes que vendrán y sus secuelas, sugieren la autorregulación de la naturaleza ante un grave peligro (nosotros) que amenaza la vida entera del planeta.
Un escritor colombiano decía con humor que “un geólogo es un historiador que no se detiene en nimiedades”. La verdad del asunto es que la hipótesis de Gea debe su origen al padre de la geología moderna (s. XVIII) James Hutton para quien la tierra es un súper organismo viviente y que por ende su estudio debe hacerse desde ¡la fisiología! Desde la biología que estudia funciones de los seres orgánicos. Como esta tesis poco convenía a los intereses económicos no le hicieron caso. Pero ella resurgió con Lovelock en los años sesenta, también ignorado por una academia alquilada. El detectó pesticidas en los pingüinos de la Antártida y fue consejero de la Nasa en la exploración de Marte. Y sostiene que ese súper organismo vivo que es este planeta, tiene sus propias formas de defender su existencia. Quizá la defienda de una especie demasiado bruta para sobrevivir.