Por lo general asociamos la honestidad con temas como la transparencia, la rectitud en asuntos económicos o legales, la lealtad en nuestros compromisos. Este concepto puede, también, ser extendido a lo intelectual. Y se refiere a la capacidad de adherirse a la verdad una vez que el intelecto la ha encontrado o al menos la ha vislumbrado. Hoy, precisamente, será canonizado en Roma el Cardenal inglés John Henry Newman. Fue un hombre y sacerdote nacido y criado en la iglesia de Inglaterra, quien, debido a su intensa vida intelectual, descubrió que el lugar correcto de su vida y vocación era la Iglesia católica y transitó hacia ella. Sus estudios y su oración lo llevaron a los orígenes de la fe cristiana y reconoció que era en la Iglesia católica donde Cristo había puesto su impronta de verdad. Se acogió Newman a lo que descubrió y pagó el precio de ser honesto consigo mismo y con Dios y lo sirvió por siempre.
Virtud esta, la honestidad intelectual, no tan abundante como se quisiera. Con frecuencia prima la adhesión a las ideologías o a los intereses particulares, elevados impropiamente a la categoría de verdades absolutas. La función principal del intelecto, de la inteligencia, es buscar la verdad y, una vez encontrada, adherirse irrestrictamente a la misma. Podría decirse que la verdad es la esencia misma de cada cosa y la que permite identificarla como tal. Cuando la verdad se oculta o no se reconoce, nace el mundo de la mentira el cual siempre termina por caerse. Lo que no es verdadero lleva en sí la semilla de la autodestrucción, aunque a veces tenga apariencia de perdurabilidad. Y lo más dramático es que muchas veces los seres humanos se hacen matar por defender, no necesariamente la verdad, sino la mentira en todas sus formas. De hecho, el marxismo en su realización política siempre ha considerado la mentira un arma “legítima”, amén de la violencia.
Quien quiera ser libre de verdad, no solo exteriormente, tiene la obligación de ser honesto intelectualmente. Debe ser capaz, en primer lugar, de hacer de la búsqueda de la verdad una tarea diaria. Debe ser capaz de tomar partido por la verdad -sobre Dios, sobre el hombre, sobre el mundo- al precio que se requiera. Es penoso, lo más penoso, que alguien conozca el bien y la verdad, y no se adhiera a ellos. Es como quedar haciendo una pantomima en la vida para la galería, mientras su conciencia le reclama armonía y coherencia. Buena parte de la cultura moderna ha querido omitir la relación con la verdad y ha creado verdades artificiales y hasta bien presentadas y seductoras. Pero siempre caen como gigantes con pies de barro. Es decir, para ser más precisos, destruyen personas. No es otra la consecuencia. Y nunca deja de ser grave y dolorosa. La afirmación muy conocida de Jesús, acerca de que la verdad nos hará libres, es en el fondo una bella provocación para empeñar las fuerzas en esas pocas cosas importantes que valen la pena en la vida, entiéndase en este caso, servir a la verdad.