Definitivamente ante el momento que se vive en el país, con esa serie de elucubraciones desde diferentes frentes y por diversos motivos, con la institución como protagonista en varios de ellos, por más que lo intentemos no podemos sustraernos a nuestra responsabilidad de hacer claridad y despejar dudas sobre la Policía, su historia, filosofía, doctrina, incorporación, capacitación y progresos.
Pecaríamos de indolentes si permaneciéramos ausentes del debate, sin aportar nuestro grano de arena ante el cúmulo de expertos en seguridad y estudiosos del asunto que pretenden meter basa en los proyectos del futuro señor presidente para la institución, propósitos que, de seguro, nunca serán improvisados ni implementados sin suficiente análisis y concienzudo debate, entre personas conocedoras, eruditas y solventemente experimentadas, pues de lo contrario aquellos paracaidistas o expertos de que venimos hablando, sacarán ventajas de las innovaciones que irresponsablemente presenten, dando al traste con la policía nacional, el andamiaje de seguridad que sobre ella y sus mandos recae, y aun del mismo gobierno.
Pensar, por ejemplo, en cambiar la doctrina policial, sería un artificio de la mayor estupidez, pues ella se sustenta en la tradición -escrita y hablada- del recurso humano, que ha trascendido por generaciones centenarias en la institución. Es el cúmulo de conceptos y hechos, adheridos a la tradición, imposible borrar de un plumazo mordaz.
Las personas que se asoman a este tema tan sensible, no tienen claro el panorama variado y generoso que se sustenta en la misma historia del país. Son tan importantes las policías que no existe, ni ha existido un grupo humano organizado que no cuente con una estructura encarga de velar por el orden, respeto y cumplimiento de preceptos de buena conducta, acatamiento y estatura moral de la colectividad. Por ello es de suma urgencia que las decisiones sobre estas organizaciones sean concebidas para el servicio de la ciudadanía, el orden ciudadano y las buenas costumbres.
Ahora, otro tema de marcada importancia tiene que ver con las embestidas al Esmad, mucho se toca el tema y múltiples escenarios son propicios para pedir su desmonte; contexto calcado al de la doctrina, personas que poco o nada entiende de su estoicismo, filosofía y urgente presencia, pontifican demandando no solo su ajuste para atender eventualidades y alteraciones del orden público, sino su liquidación -qué falta de conocimiento- pues no existe gobierno de izquierda, derecha, centro, progresista o socialista del siglo veintiuno que no necesite ese componente tan insustituible, verdad que me soporta para recomendar ese estudio, análisis y evaluación antes de cualquier determinación, pero, evaluación adelantada por conocedores del funcionamiento.
Este grupo hay que sufrirlo, sudarlo y llorarlo para comprenderlo. Quien no ha vivido el Esmad no entenderá su estructura, el sacrificio ni los alcances en capacitación.