“Hay que bajar las angustias de hoy”
Nuestra época se ha convertido en una gran generadora de angustia y miedo. El consumo de medicinas para tranquilizar a las personas es inmenso. Las actividades anti-angustia, anti-estrés, anti- acelere, se han multiplicado enormemente y no es sino sentarse a hacer visita que, en menos de unos minutos, alguien sale con el cuento de a dónde está yendo para “encontrarse consigo mismo”. Y no son pocos, aunque tampoco multitudes, los que han caído en una especie de locura religiosa o, como lo llaman otros, fanatismo religioso, que es diferente, muy diferente, a tener creencias serias y profundas. En la locura religiosa, la religión puede llegar a convertirse en una verdadera adicción y tener las mismas características que cualquiera otra situación de dependencia enfermiza.
Prácticamente en todos los casos de este comportamiento religioso ciego, algo ha sucedido primero y ha tenido características traumáticas, en mayor o menor medida. Por los extraños caminos que surcan la mente humana, en algunas personas la búsqueda de alivio toma la vía religiosa, diríamos, en forma muy exagerada. Y más aún. Toma la forma de ruptura con un mínimo sentido de la realidad y por eso mismo comienza a ser problemática, tanto para quien está bajo ese efecto, como para las personas cercanas. Lidiar día y noche con un fanático religioso o, lo mismo, con alguien que ha dado a su desequilibrio sicológico un cariz religioso, es cuestión muy complicada. Y, en ocasiones, para la misma autoridad espiritual, verbigracia la Iglesia, no siempre es tan fácil discernir cuándo se trata de una verdadera realidad sobrenatural presente o si se encuentra ante un desequilibrio mental con esmalte religioso.
Como quiera que sea, la persona que atraviesa por una crisis de angustia que muta a supuestas conversiones religiosas, merece ser atendida profesional y espiritualmente. Y también requiere ser ubicada adecuadamente en el contexto de su familia, de su trabajo o de su academia, y aún en la misma Iglesia, para no inducir a confusiones o alejamientos espirituales de quienes la rodean. Y, en el caso de la fe cristiana, siempre será pertinente mirar una y otra vez, los santos Evangelios para descubrir el modelo de toda fe y persona en Jesucristo, a quien podríamos definir, como “el menos raro y extraño de los seres humanos” y en cambio sí, como “el más cuerdo, amoroso, misericordioso y empático de todos”. Quizás la única “rareza” de Cristo, comparado con todos nosotros, es su capacidad de amar sin límites y de serle fiel a Dios hasta a muerte y muerte en cruz. Pero siempre tuvo los pies en la tierra, la mirada en el cielo, nunca abandonó su familia, tampoco se gastó lo de la quincena en imágenes religiosas. Verdadero hombre, dice el Credo. Y este es el punto clave: la más religiosa de las personas es la más verdaderamente humana. En todo caso queda una tarea pendiente: bajarles a las angustias de hoy. Se escuchan propuestas.