Todos los días en los palacios de justicia se repite lo que sigue: “De todas las obras humanas, la única, realmente insustituible, es la justicia. Los pueblos pueden vivir sin riqueza, sin belleza, y hasta sin salud. Vivirán mal, pero vivirán. Y sin justicia no se puede vivir. Si yo no tengo seguridad de que puedo vivir sin ser asesinado impunemente; si no puedo conservar los bienes que he ganado con mi sudor y mi trabajo, si no puedo defender a mi hija o a mi familia contra la calumnia, si no puedo educar a mis hijos según mis principios y mis valores, la vida no merece ser vivida. Existencia sin justicia es degradación, envilecimiento y muerte”.
Causa indignación, cada que se habla de reformas a la justicia, darle prioridad a los asuntos relacionados con la cúpula de la justicia. Esto importa desde luego, pero es inaceptable postergar con indolencia cuestiones mil veces más acuciantes como son la exasperante impunidad que vive la nación, la morosidad, la inexistencia de una carrera judicial para ingresar a la Fiscalía en cualquiera de sus escalas y la improvisación de funcionarios en las altas jerarquías. Diguid expresó: “La carrera judicial se resume a esto: Muchos requisitos morales, académicos e intelectuales para ser Juez o Magistrados y pocas exigencias para excluirlo del escalafón cuando falte ética o técnicamente”.
Comparto íntegramente a las sólidas criticas de Hernando Yepes en El Tiempo al muy discutible e inconsistente proyecto de reforma a la Justicia por parte del Gobierno, liderado por la actual Ministra de Justicia.
Nada, absolutamente nada se expresa sobre la escogencia a “dedo” de los investigadores. Se guarda silencio sobre la irritante insuficiencia de jueces y fiscales ante la avalancha de procesos que duermen el sueño de los justos en los despachos. Tenemos los mismos funcionarios de hace 30 años y señalan diligencias para el próximo año. Justicia tardía no es justicia.
Fernando Carrillo, con el aplauso de los expertos y de los sectores populares, ha repetido que la justicia hay que mejorarla en la base. Una de las causas de los linchamientos, del sicariato y de las horrendas masacres es la impunidad. El magistrado Dr. Alberto Poveda sostiene que tanta ineficacia judicial conduce al descrédito de las autoridades, al resentimiento de la ciudadanía, a la desesperanza. La corrupción estimula la ausencia de civismo. El caos rompe toda solidaridad entre la autoridad y la gente del montón.
Cuando un habitante comete un delito tiene 95% de probabilidades de que no le va a ocurrir nada. Solo el 60% de los delitos que se cometen llegan al ambiente judicial. Y este porcentaje solo un 5% termina con sentencia.
Son muchas las herramientas para combatir el delito. La represión es indispensable. Pero también es muy útil la prevención y la resocialización del criminal. De cada 10 delitos cometidos, seis son llevados a cabo por reincidente. El infierno carcelario se resume entre palabras. Hacinamiento, ocio y promiscuidad. Los hombres amontonados, como las manzanas amontonadas engendran podredumbre.
En las cárceles los cautivos se corrompen aún más. Aprenden nuevas técnicas y se adiestran unos con otros en forma impresionante.
Nadie ocupa al excarcelado y esto es fatal.