La muerte de César Montoya O. | El Nuevo Siglo
Sábado, 18 de Mayo de 2019

Dios es igualmente grande y soberano cuando nos da un amigo tan valioso como César Montoya sin merecerlo, que cuando lo llama a su seno sin decirnos quien lo va a reemplazar. ¡Con su viaje a la eternidad, sentimos que nuestro patrimonio sentimental se ha empobrecido dolorosamente!

César brilló profundamente en el humanismo, el parlamento, la diplomacia, el foro y el civismo. ¡Su prosa era un surtidor de fuego, una constelación de relámpagos! Dejo 12 libros, en estos días habíamos programado la presentación de su nuevo trabajo titulado “Prosa en poesía”, en Manizales, en la Universidad de Caldas. Escritor incisivo, directo, se batía contra todo y contra todos. Alma atormentada y gozosa, vago por el mundo con apasionados ojos, gustando todos los placeres, afrontando todos los peligros, mordiendo todos los frutos prohibidos. Discípulo de Oscar Wilde consideró que el presente hay que disfrutarlo con intensidad y plenitud.

César Montoya Ocampo murió como había vivido. Con la pluma en la mano, desafiando como nuestro señor don Quijote a caballeros y plebeyos, rebaños y molinos de viento, doblando la altiva cabeza solo ante el Dios de los cristianos viejos. En su Caldas querido no hay montaña más alta que su erguido carácter. Se le apuntó a mil causas perdidas. Era el hombre de los retos y de los desafíos.

Para este humanista, fenomenal traga libros, un discurso no era una oportunidad de exhibición, sino un acto responsable de consecuencias calculadas. Qué brillo en la metáfora, qué lógica en el pensamiento, qué facilidad de expresión, qué prestancia en el ademán, qué firmeza en las posiciones asumidas.

Ante la amarga realidad de la muerte de César Montoya solo nos queda preguntar. ¿Dónde quedó el gesto del orador insigne? ¿Dónde la boca que modelaba la clausura maravillosa? ¿Qué va a pasar con esa pluma inspirada que intimidaba y trituraba al adversario audaz?

A Aránzazu, en esta hora de dolor, sólo le queda el orgullo de haberle dado vida y haberlo entregado a la patria con todas sus riquezas inagotables.

Los viajes, los libros, la experiencia, los triunfos y los contratiempos, modelaron con reciedumbre a este conductor azul. Amó a su partido con pasión excepcional. Decía que era más fácil arrancar una estrella del cielo, que una idea a un conservador convencido. Escribió páginas de asombrosa elocuencia sobre Álzate Avendaño, Silvio Villegas, Laureano Gómez. Siendo estudiante, en un concurso de oratoria en la Universidad Nacional, derrotó a Holmes Trujillo, Fabio Lozano Simonelli y al suscrito. Siempre se caracterizó por ser el primero entre los mejores.

Era un animal político nacido para dominar. Implacable en la pelea, pero generoso con el vencido.

Cuando estuvo en el Parlamento nunca preparó sus intervenciones, pero nadie lo superó en dominio del tema y en la maestría del tribuno. Parecía apasionado y violento, pero era comprensivo, tolerante, amistoso. En su último artículo en La Patria, se ocupó de uno de mis libros con increíble benevolencia. Tenía las mejores frases para sus compañeros de generación.