Un hombre. He aquí lo que fue José Galat, en la plenitud de la palabra. Uno de aquellos raros ejemplares que surgen de tarde en tarde en medio del conjunto social y que, con toda su presencia, varonil y vertical ejemplarizan y adoctrinan a las comunidades. Del fondo de la historia, por el camino de la sangre, le venía aquella indómita energía que nunca le abandonó. Capitular, acobardarse, resignarse ante la injusticia, callar cuando era necesario gritar recio y alto, fueron posiciones imposibles para su pensamiento y para su carácter erguido. Solo inclinó la cabeza ante el Dios de los cristianos viejos.
Para José Galat vivir fue luchar, resistir, proclamar sus ideales. La propia presencia externa de este poderoso líder revelaba al combatiente: fornido el torso, rotundo el gesto, segura la mirada, desafiante el rostro en la pelea. No se hizo para este amigo el paisaje de las medias tintas, de los tonos diluidos, de las vaguedades evasivas. ¡No! por Dios! Su personalidad rotunda solo podía expresarse en forma directa, sin titubeos ni melindres. ¡De allí su prosa de combate que era a la vez masa y ariete, clava y catapulta!
Me expresó en alguna oportunidad que algunos educadores colombianos eran humanistas, pero sin contenido humano. No se advierte en estos educadores la presencia del hombre, engendrador de conflictos, ¡de inquietudes y de ansias! Fue esto lo que lo llevó a tener como fuerza principal de sus luchas, el tema social. Nunca olvidó y lo enfatizaba: todas las revoluciones del mundo se han hecho por falta de justicia. Díaz Plaja escribió “Ay del pueblo, en que el humanista le huye a los problemas sociales y ay, de la sociedad a la que el intelectual no le preste el soplo vital de su fuerza espiritual”.
En impactante reportaje a Santiago Castro, el rector de la Universidad La Gran Colombia sobre José Galat recordó cómo este carismático líder repitió que el “Frente Nacional había fracasado por haber impuesto solo la paridad burocrática y haber olvidado la paridad social”. Un país que le da la espalda a las irritantes desigualdades sociales es un pobre país; es un cascaron vacío. La codicia humana llena los baúles de oro, el cuerpo de úlceras y la conciencia de remordimientos. Juan Montalvo exclamaba: Señor dadme, pero no me déis, demasiado, ¡no sea que la abundancia me corrompa y me haga renegar de vos!
Este sentimiento llevo a José Galat a revolucionar la educación en Colombia prolongando y fortaleciendo la popular Universidad La Gran Colombia, fundada por eso apóstol mesiánico llamado Julio César García. Se ha demostrado que con semestres de cuatro millones de pesos y no de 15 o 20 millones como cobran ciertas universidades y con sentido humanitario se pueden formar académicamente miles de jóvenes pobres. La Gran Colombia tiene hoy 8 de sus abogados en las altas cortes lo que evidencia su jerarquía moral y científica.
Mis condolencias a la valiosa Patricia de Galat y su familia.