La paz de la verdad | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Enero de 2020

Durante la Gran Guerra (1914) a los soldados ingleses -había en sus trincheras un silencio casi fantasmal: el frio y el terror de la guerra les llagaba hasta los huesos, estaban ateridos, asustados, sin entender la razón de la guerra- les mandaron: cigarrillos, chocolates y una tarjeta de la princesa Mary; y del otro lado, los soldados alemanes recibieron paquetes de sus parientes y amigos: ropa abrigada, alimentos, licor, cigarrillos y cartas; y su Comandante Supremo mandó a los frentes cientos de decenas de árboles de navidad –miniaturas- para iluminarlos la noche de Navidad.

Resultó que, en el frente belga, la Noche Buena en las trincheras alemanas los soldados cantaron el conocido villancico Noche de Paz, y lo británicos, inicialmente, pensaron que era una estratagema alemana -se asustaron y se pusieron en disposición de combate- pero uno de los soldados ingleses reconoció la canción y comenzó a cantar el mismo villancico y todos sus compañeros lo empezaron a cantar, pero en su idioma. El día siguiente, temprano, 25 de diciembre, un sargento alemán tomó una valiente decisión: en su fusil colocó una bandera blanca y un sargento británico reconoció este gesto de paz alemán e inmediatamente devolvió el gesto poniendo en la punta de una espada un pañuelo blanco, y los dos sargentos salieron de sus respectivas trincheras. Después de un saludo militar, entre los dos, se dieron un apretón de mano y los soldados los siguieron corriendo: intercambiaron cigarrillos y dulces, hasta terminaron jugando fútbol y deseándose feliz navidad. Después acordaron que no lucharían ese día y se abrazaron despidiéndose.

Hubo en ambos lados conciencia del significado de la Navidad: un ejemplo de amor cristiano. Claramente, la magia de esta canción: Noche de paz, no solo logró una maravillosa paz navideña sino que, simbólicamente, se convirtió en una canción mundial (Episodio declarado por la Unesco como memoria del mundo). Canción que nos envuelve con su delicadeza, serenidad, que nos envuelve con un aroma suave, delicado, enternecedor, que le muestra al mundo que Jesucristo es sinónimo de verdad, amor y paz. Que vino para abrazar a los seres humanos que admiran la paz de la Verdad, el amor de Jesucristo. Y que llega en los trescientos idiomas en los que está traducido. Lamentablemente -este milagro navideño, de la 1914- este episodio llevó al Mariscal Douglas, comandante británico, esos días, a registrar en su diario que para ganarse una guerra “no hay que ver al enemigo como persona”: no debemos conmovernos con una canción de cuna que hace bailar el alma.

Cuando el 24 de diciembre del 1818, en Salzburgo, un sacerdote de un pueblo insignificante y un músico amigo de este, compusieron y cantaron esta eterna melodía -mientras pasaban por tiempos difíciles por las postguerras napoleónicas, el hambre, la muerte por epidemias y las malas cosechas- hoy es cantada por dos mil millones de personas en el mundo, durante la Navidad, en más de trescientos idiomas o dialectos, convirtiéndose en el villancico más famosos de todos los tiempos. De aquí que invito a mis lectores a vivir esta verdadera paz durante el 2020.