El llamado Capitalismo, y su hermano siamés el “Estado de los Trabajadores”, conciben al ser humano en función del trabajo. Lo reducen a un rasgo unidimensional de operador razonable, cuya vida está en función de ese oficio. Los dos siameses solo se diferencian en un mero pleito de posesión. Ambos conciben el ocio ¡como vacaciones en función del trabajo! Lo que les importa es el engranaje no la dignidad del ocio, base de la cultura humana. Les interesa la producción, no la persona.
Sin tener en cuenta que en la evolución son sus predecesores quienes han elaborado las herramientas, el lenguaje y la cultura. La mano izquierda o derecha de estos siameses son campeonas del trabajo. Justo ahora, cuando la robótica aniquila la mayoría de los empleos manuales y nos libera para la meditación, el arte y la lúdica.
Marx y ahora Berquist (analista de la izquierda en Colombia) afirman que el hombre se define como un trabajador con un propósito. Magnifica definición de un robot de inteligencia artificial dotado de algoritmos.
El homo sapiens, desde su origen tiene uso de razón. El solo uso de utensilios, no nos diferencia de las otras especies, sino la cultura previa incorporada, y la complejidad.
Otras civilizaciones han tenido épocas de racionalismo. Han sufrido de una hipertrofia de ella cuando el urbanismo impuso la necesidad de la fabricación seriada.
Con la revolución industrial, Occidente pretendió convertir esa necesidad en la única premisa válida del pensamiento universal. Se autoproclamó como “Ilustración”. Trató al planeta como a una cosa. Y al ser humano como a una máquina en función de la producción. Antítesis, de la cultura griega en la que se trabajaba para tener un ocio creativo.
Esa “Edad de la Razón” pretendió abolir el pasado. Amputarlo. Como si la muy antigua filiación de la razón hubiese nacido con la industria. Y ese racionalismo se convirtió en una suerte de dogmatismo con valencia invertida. Pero el ánimo del que poda, no es el mismo del que siembra.
Las generaciones digitales pagamos la hipoteca del consumo contra el planeta. Pagamos la rapaz ecuación de un progreso indefinido, que lo redujo a cifra y lo único que no contabilizó fue su propio costo. La furia de los elementos, el viento, el fuego, los mares, se van tragando islas y pueblos. El apetito desordenado nos pasa su cuenta de cobro. El engranaje atrofió las antiguas memorias que distinguían el ser del tener. Impuso una homogeneidad que creía con su rasero que todo estaba en orden. Excepto el orden mismo.
Variación metódica de un error patente. Pero nunca con medios tan precisos estuvimos tan equivocados.
Si sobrevivimos como especie, si este disparate manifiesto no acaba con la vida inteligente en el planeta, si no se impone otra “Ilustración” unidimensional y castradora, es posible pero no seguro que continuaremos existiendo. Sin creer como los “racionalistas” en una reedición de un progreso indefinido, semejante a un cheque post datado y sin fondos.