El editor Pablo Amadeo ha tenido la feliz idea de hacer una sopa.
Reunió a un grupo de 17 ensayistas que han reflexionado sobre el coronavirus durante el último mes y publicó un libro titulado “Sopa de Wuhan”.
Además, se las ingenió para crear un nuevo frente comercial coincidente con el monográfico, esto es, la editorial Aspo: Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio.
Y sin duda, el resultado ha sido tan explosivo como el título; solo que felizmente explosivo.
“La epidemia de coronavirus es una especie de ataque contra el sistema capitalista global”, sostiene Slavoj Zizek. “Es una señal de que no podemos seguir el mismo camino que hasta ahora y que un cambio radical es necesario”.
A lo que habría que agregar que, inspirados todos por una reveladora corriente de coordinación global en la que puede incluirse la noción de ‘seguridad solidaria’ (que desarrollaremos en próxima columna), puede verse como el capitalismo se halla sometido a prueba.
Y que, si llegase a perder el desafío, corrientes neoautoritarias y colectivistas gozarían de terreno fértil para propagarse con la misma intensidad que el microbio.
Por su parte, Giorgio Agamben destaca que “el temor a contagiarse de los demás es otra forma de restringir libertades”, llegando a afirmar que estamos inmersos en un “círculo vicioso perverso: la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerlo”.
Ante lo cual reacciona, firme y sabiamente, Jean Luc Nancy, para quien “no hay que equivocarse: lo que se está poniendo en duda es toda una civilización. Hay una especie de (estado de) excepción viral -biológica, informática, cultural- que nos pandemiza. Los gobiernos no son más que tristes ejecutores del mismo, y desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una reflexión política”.
En otras palabras, no se puede ser ingenuos. El microorganismo no es una invención capitalista, tampoco es una gripa más, y no es una construcción alarmista de los medios masivos al servicio del mercantilismo informativo.
Pero si el capitalismo no despliega toda su artillería intelectual (epidemiológica, política y de seguridad) para ganar la guerra fantasma, los antisistémicos aprovecharán la crisis estructural para proponer su modelo redentorista, tal como sucedió (no solo en la Europa Oriental) inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
En síntesis, vale la pena secundar a Amadeo al resaltar que su receta, la de la Sopa de Wuhan, “busca reflejar las polémicas recientes en torno a los escenarios que se abren con la pandemia, las miradas sobre el presente y las hipótesis sobre el futuro.”
Con la ironía que le caracteriza, no cabe duda de que la suya “es una iniciativa editorial que se propone perdurar mientras se viva en cuarentena; es un punto de fuga creativo ante la infodemia, la paranoia y la distancia lasciva autoimpuesta como política de resguardo ante un peligro invisible”