El diccionario del diablo de Bierce, define la palabra Oponerse como “asistir con obstrucciones y objeciones”. Esa definición es el motor de la democracia. Los caudillos estiman como antipatriotas o traidores al que se les oponen, tal como lo hizo Álvaro Uribe quien se hizo reelegir soslayando la Constitución vía el cohecho, según fallo de la Corte.
En este primero de mayo el presidente Petro, en la calentura de un balconazo, advirtió que de no aprobarse sus proyectos habría una revolución. Así se desdibuja de su pasado parlamentario y regresa al de guerrillero. Muestra afinidad autoritaria con Uribe, en una simetría inversa.
Apeló a su justa urgencia de equidad social, como si creyera que su sentido de justicia (la suya sola) traerá la ausencia de todo mal, o peor aún, la eliminación de todo disenso. En su calentura afirmó ser el único presidente de “izquierda” en la historia colombiana, para recordar, sin sindéresis, la presidencia de la “revolución en marcha” de Alfonso López Pumarejo, demócrata integral.
Pero no parece notar que, tras lo ocurrido en Cuba, Nicaragua y Venezuela, la palabra “revolución” trae una cargatura de miserias. El que la esgrime, presenta el problema como si eso fuese una solución.
A esto concurrió la declaración de su vicepresidenta exaltando la violencia de sus fanáticos de la llamada “primera línea”. Lo que parece confirmar que el populismo es un comunitarismo con resentimiento. Y se supone que “la paz total” comienza por casa o es un oxímoron.
Por una ironía de la vida ese primero de mayo ha sido el error garrafal del presidente, tras su notable éxito en Washington. Unificó en un parpadeo las cisuras de la oposición que estaba quebrada tras los crímenes durante el régimen de Uribe, y la mediocridad del de Duque. La calentura, según parece, aseguró su propia derrota en las próximas elecciones regionales de gobernadores y diputados, alcaldes y concejales que se darán en octubre próximo.
En Colombia, como por lo demás en el resto del mundo, el crimen no siempre es castigado pero el error, sí. Ya sus iniciativas tienen tropiezos en el Senado, su desprestigio crece en las encuestas, y la inflación de precios se suma a las inquietudes que el presidente afina con su retórica. Ha perdido la cómoda mayoría parlamentaria. Y en medio del bullicio su nuevo ministro de la política, en contravía de la retórica presidencial, pide conversar con la creciente oposición. Es que, en el ejercicio retórico, las palabras suelen sonar mejor que los actos, y las frases nadan mucho para ir a morir a la orilla. El ministro de Hacienda que salió tenía la firmeza de saber decir no, como debe tenerlo el único que en todo gabinete no es funcionario del gasto.
Pero quizá todo solo fue una efervescencia de balcón y no un ominoso preaviso.
En el diccionario del diablo, Conservador se define como “estadista enamorado de los males existentes, lo que lo diferencian del liberal, que desea remplazarlos”.