Tarde o temprano el tema iba a aflorar: qué es y qué no es verdad. E iba a hacerlo, pues es tal la cantidad de mentiras y componendas que se respiran en el ambiente, que un sexto sentido de las personas les dijo que mucho de lo que se dice y se hace no es más que mentira. La vida pública, y todos la tenemos, se ha convertido en una especie de montaje en el cual existe la tentación de hacer una especie de show para la tribuna, para dejarla convencida y contenta y si para ello hay que sostener cosas que no son ciertas, pues se hace y punto. Pero la vida pública que nos atañe a todos y que involucra lo político, las relaciones sociales y económicas, la dimensión ética, sí que se ha llenado de toda clase de contenidos falsos y nefastos. El reino de la mentira.
Por más que se quiera vivir tranquila y sosegadamente en la mentira y también en la hipocresía, esto tarde o temprano se desbarata. Nada hay bajo el sol que pueda permanecer oculto por siempre. Todo se sabrá en su debido momento. La condición humana tiene un componente llamado conciencia, el cual, aunque lo desatendamos o lo dejemos adormecido, es inextinguible y prende sus luces en toda ocasión. El capitán del barco puede hacer caso o no de la luz que emite el faro, pero todo tiene consecuencias. La mejor de las consecuencias del uso de la conciencia es seguirla con firmeza y determinación. La peor de todas, pretender omitir las alarmas y orientaciones que la misma sugiere. El reino de la mentira que tanto se ha extendido tiene en la conciencia moral de las personas su peor enemigo y por eso quiere fichas en el sistema, no seres humanos ejerciendo sus facultades más notables.
Los mandamientos de Dios enseñan a no mentir. Podemos plantearlo de otro modo: amar la verdad, la misma que Jesús indicó como causante de libertad. En la educación y formación de las personas, desde la familia, pasando por el sistema educativo, incluyendo el potente influjo de la comunicación social y también la acción gubernamental que hoy se mete hasta en las cobijas, la búsqueda de la verdad, la protección de la verdad, la exaltación de lo verdadero, deberían ser propósitos irrenunciables. Los hombres y las mujeres que en realidad aman la verdad y lo verdadero son de una solidez impresionante.
De igual modo, quien vive en la mentira, en el doblez, en la hipocresía es lo más abominable que se pueda pensar. Que la gente viva en paz depende, sobre todo, de tener una existencia verdadera, sin lados oscuros, sin dobles fondos, ni objetivos desconocidos. Buena parte de nuestras angustias y desvelos no tienen origen diferente a la mentira que estamos albergando en la mente y en el alma. Nuestro gran juez es la almohada: si nos acoge plácidamente, por algo será. Si no nos deja dormir, algo debemos. ¿Verdad que sí?