La única protesta que le faltaba al país era la de la gente mayor. Y la están realizando. No me parece que la razón de fondo sea el que no los dejen salir a la calle, cosa que en Bogotá es hasta un favor que le hacen a uno. Me parece que mucha gente mayor está dándose cuenta que el sistema de vida actual, el pensamiento predominante, el utilitarismo a ultranza, la mira con total desprecio y a veces hasta como estorbo. Y si ahora se sienten amenazados por Covid 19, también sospechan con sobrada razón que en algunos medios se les mira como los últimos merecedores de cualquier atención, pues -dicen los cínicos- “¡ya han vivido suficiente y hay que darles oportunidad a las nuevas generaciones!”. De ahí a los hornos de Hitler no hay sino un paso.
El Papa Francisco abogó en días recientes por proteger a la gente mayor, no solo físicamente, sino, sobre todo, de este modo de pensar que es atroz e inhumano. Pero no es nuevo ni sorprendente. Es una, la peor, de las consecuencias, de la cultura de la muerte que domina en buena medida el pensamiento contemporáneo. De este “cultura” surge una verdadera ideología de la muerte en la cual, por cualquier motivo que resulte incómodo, la solución es la eliminación de las personas: por viejos, por reaccionarios o por revolucionarios, por costosos, por improductivos, porque requieren más cuidado de lo habitual, por su peso en el sistema de pensiones, etc. Parece un chiste. Pero estos son los argumentos de una forma de pensar que propone conservar las vidas más fuertes y eliminar las más débiles.
En la teología cristiana católica, siempre hay que darle la mayor y mejor protección al que es más débil. No hacerlo es afirmar que la debilidad es una causa suficiente para acabar con la vida. Y es lo que en la práctica sucede con los niños abortados, con los enfermos incurables llevados a la muerte con inyecciones de nombre elegante, con la negación de ingreso a las unidades de cuidados intensivos a las personas muy mayores. Es la ley del más fuerte. Y allí el asesinato no es más que un procedimiento entre otros. Aunque no lo digan en voz alta, estoy seguro de que mucha gente mayor hoy está en pánico, no porque no la dejen salir a la calle, sino porque teme que si enferma, no será recibida ni siquiera en el hospital montado en una feria de exposiciones.
Los sistemas de pensamiento tienen sus consecuencias. El actual, con su médula alimentada de poder y riqueza, no ve en la gente mayor sino seres descartables. Quienes creemos todo lo contrario tenemos que estar alertas para que no estemos entrando en una nueva era en que con un termómetro deciden quién vive y quién muere. A decir verdad, nunca se manifestó en mejor forma la grandeza de los seres humanos que cuando le hicimos compañía a un viejo, caminos a su ritmo, oímos sus historias y lo tomamos de la mano hasta que cerró sus ojos para siempre. Esta es la consecuencia de amar la vida y creer en su inviolable dignidad.