La grande es con el planeta que se ha rebelado. No toleró la rapacidad humana de los últimos siglos. Es un protagonista que está demostrando su capacidad disuasiva solo comparable a la última glaciación.
Los países se culpan los unos a los otros del desastre, pero no cambian el esquema que nos llevó aquí. De modo que esa guerra se está perdiendo. No hay una respuesta común, una orientación mundial a la cual adherir. La sensación de impotencia se traslada a las películas, y a la vida cotidiana.
Las naciones más desarrolladas, es decir la que más consumen energía y contaminan, le entregaron a los interese de las empresas privadas la bandera de cambiar un mal por otro mayor. El transporte eléctrico es más contaminante que el de la gasolina. Lo es en la fuente de los minerales que lo alimentan, y ahora hay estudios que demuestran los efectos en la salud, y la otra clase de contaminación que no se tomó en cuenta.
La gran diferencia del escenario de hoy con el de los antepasados, es la inestabilidad que demuestra el planeta para resistir el embate del homo sapiens que sin control de continencia ha creado un Averno. Y de como los casi doscientos países con capacidad autónoma están, destruyendo a un único mundo. Pedazo a pedazo.
Las guerras chiquitas giran además en torno a los hidrocarburos, es decir que la visión hacia el futuro de las naciones, no toma en cuenta el desastre natural en el que estamos. Las protestas más vociferantes suelen provenir de quienes no tienen mayor injerencia en ese devenir.
Ese es el problema que no encara el mundo, y todas las voces, como la de esta columna, caen al vacío, y agravan la sensación de impotencia colectiva. Impotencia que afecta ya a la juventud mundial. Tal como se percibe en el auge de suicidios y asesinatos sin aparente causa explicativa, como no sea alguna forma de demencia del macrocosmos influyendo en el microcosmos mental.
Cuando la respuesta de la especie homo debería estar unificada en un Estado universal planetario para evitar su extinción, se ha agudizado para nuestro mal el conflicto de los centros potentes que tendrían que estar de acuerdo en unos principios básicos universales. Pero continúan en una discusión armada mientras la casa arde.
Los medios de comunicación supeditados a esos imperiosos designios, tienen entretenida a la gente en las escaramuzas armadas para definir quién es el bueno o quien es el malo de la película. Pero no priorizan el incendio del teatro que se nos cae encima.
Los más optimistas creen como el Zohar “que las palabras no caen en el vacío”. Y los artesanos de la palabra creemos en eso como única esperanza.
Mientras la realidad algo apocalíptica que enfrentamos, o no enfrentamos, parece desmentir esa esperanza. En esa perspectiva hablar o escribir de las menudencias de la inmediatez, se vuelve un ejercicio irrelevante. Cuando hay que gritar: ¡fuego! ¡fuego!