En el bello parque Lincoln en la capital mexicana hay una notable estatua de Abraham Lincoln, donada por Estados Unidos. Enfrente de ella y no sin ironía, los mexicanos colocaron otra estatua que la mira, y es la del martirizado líder afroamericano Martin Luther King junior, como haciendo patente de que pata cojea el imperio.
El presidente Joe Biden y el primer ministro Justin Trudeau, de Canadá, han ido al palacio nacional de México a conversar con Andrés Manuel López Obrador, lo que ya de suyo es una diplomática venia con ese país. Pero que, además de ser una venia, busca afianzar el tratado de libre comercio entre esas tres poderosas economías regionales que enfrentan problemas como la emigración masiva y el peligroso comercio del narcotráfico, causado por la adicción occidental, que lo genera y a la vez la prohíbe con doble métrica. Causando más muertes violentas que las sobredosis que fustiga.
Sin embargo, México con sus profundas alianzas de intereses con Estados Unidos, ocupa un puesto superior al de España en desarrollo económico, y tiene el escaño 15 en el escalón planetario. Su ingreso por persona y la pujanza optimista que se palpa en el ambiente contrasta con los tabloides centrados en asuntos domésticos.
El gobierno de López Obrador ha sido más moderado de lo que se esperaba. Pero mantiene una política internacional que busca marcar diferencias con Estados Unidos. Así cuando su gobierno criticó la invasión rusa de Ucrania aclaró que México siempre se opondría a las anexiones de un país por otro, en una franca alusión a la expropiación que Estados Unidos hizo en el siglo XIX quitándole más de la mitad de su territorio, tras una agresión sangrienta.
Esta agresión es una herida profunda en el sentimiento mexicano. Y ha forjado en ellos una dualidad de carácter. Subsiste en discordancia con una conveniencia material evidente que le permite una pujanza que por sí solos quizá no podrían tener.
Pero en el caso, no improbable, de que a fines de este siglo esas ventajas decayeran, el sentimiento antinorteamericano afloraría con gran facilidad. Y de hecho hay unos comentaristas influyentes en la academia y en los medios que muestran simpatías por el auge de la China como potencia mundial. Hecho que se proyecta para la tercera década de este siglo. En el que el poderío asiático, incluyendo la India, inclinarían la balanza hacia el Asia como región predominante.
La historiadora María Elvira Roca, exprofesora de Harvard, ha escrito un libro monumental publicado por la sin igual editorial Siruela, llamado “Imperiofobia” y que es aún una sensación en Europa, aunque me temo que no será traducido al inglés.
Muestra como ese sentimiento de amor-odio se ha producido en la periferia de diversos imperios y se profundiza hasta el antagonismo abierto en los momentos de su decadencia. Algo de eso se nota en varios gobiernos centro y suramericanos. Pero la pujanza mexicana da la impresión de que ese probable devenir no es aun inminente.