Han deforestado más de tres millones de bosques en solo 21 años. Algo irrecuperable. La diversidad con su vida de fauna y flora no se recupera ya con reforestar. Y ni eso han hecho. Apenas resembraron quinientos mil árboles.
La presidencia que permitió la mayor destrucción fue la anterior, el cuatrienio de Iván Duque con más de 700.000 hectáreas cedidas a la ganadería extensiva, a la minería ilegal, y al cultivo no autorizado de plantas de coca, necesarias para cubrir la demanda adictiva de occidente. Con urgencias crecientes de adicción, no publicitada en los grandes medios de difusión europeos y norteamericanos, han creado un universo imaginario en el que solo opera la oferta, y la responsabilidad es de otros. Con la notable excepción de la DW alemana que en eso es menos obviamente parcializada que la CNN o la BBC. Quienes, tras disfrazarse de objetivas, están cegadas del ojo izquierdo, y con su único ojo derecho prefieren dejar las cosas como están para evitarse males futuros que los incomoden. La perspectiva de objetividad y el sentido de profundidad exige los dos ojos según los optómetras.
El canadiense Wade Davis antropólogo y estudioso de los ecosistemas publicó una importante obra- un clásico- sobre el Amazonas que se tradujo como “El Río”. Davis vivió recorriéndolo doce años. Y convivió en sus países afluentes, Brasil, Bolivia, Ecuador, Perú, Venezuela, y en especial Colombia.
Desde que el libro se publicó hasta hoy, bajo el gobierno de Álvaro Uribe se destruyeron allí, más de un millón cien mil hectáreas de bosque en ocho años. Y en los siguientes ocho años bajo la administración de Juan Manuel Santos siguió la destrucción con algo más de intensidad. Aunque eso sí, la deforestación de seres humanos no alcanzo la cifra de 6402 ejecutados por el ejército por coacción desde la presidencia como ocurrió bajo el genocidio conocido como “falsos positivos” de Álvaro Uribe.
El Amazonas como pulmón del mundo está siendo arrasado, y los países como Brasil bajo la administración de Jair Bolsonaro son responsables. Pero Estados Unidos y Europa también.
Una de las fórmulas vigentes ya para ese complicado asunto es la venta de bonos de oxígeno. Consiste en que los países más contaminantes en hidrocarbonos paguen a los países menos contaminantes por la conservación de los ecosistemas. Como Estados Unidos contamina más que China con su altísimo índice de población, debería ser el que más aporte. Y empezar a reconocer que mientras ella provea de dinero, tecnología y armas a sus proveedores de estupefacientes, esto afectará al pulmón del mundo. Que mientras en Nueva York, Las Ángeles y Chicago se reciba en los festines la cocaína como pedido hogareño, el Amazonas será destruido.
En el nuevo gobierno de Petro en Colombia el dilema del Amazonas se está planteando en los foros internacionales. Y, al fin, con elocuencia ante el país adormecido en el asunto. Aunque los cíclopes de la derecha que eluden desde hace años, esto no lo mencionen.