La contaminación, corrupción e ineptitud administrativa que ha rodeado al afluente más importante de Cundinamarca es dantesca y sin color político, por eso mismo, se ha convertido en un digno ejemplo del mal manejo de lo público y un monumento a la pobre visión y ejecución de nuestros dirigentes.
Sus altos niveles de contaminación y los problemas ambientales y sanitarios que éstos conllevan, no son un problema reciente.
Desde finales del siglo XIX, la ciudad y otros municipios llevan depositando sus aguas negras y distintos desechos, como residuos industriales, en este cuerpo de agua convirtiéndolo -ya para los años sesentas- en uno de los ríos más contaminados del mundo.
El desastre comienza tan solo unos kilómetros abajo del nacimiento del río, en el Páramo de Guacheneque, cuando recibe los residuos de más de 120 curtiembres ubicadas entre los municipios de Villapinzón y Chocontá de las cuales, vale la pena resaltar que, tan solo 22 de estas fábricas, cuentan con una Planta de Tratamiento de Aguas Residuales más conocidas como PTAR.
Como si fuera poco, Villapinzón no cuenta con su propia PTAR para tratar las aguas negras o residuales que generan sus 21.000 habitantes, las cuales junto con los residuos de la gran mayoría de curtiembres son vertidas directamente al río.
Por su lado, Chocontá cuenta con una PTAR construida hace ya más de 30 años, totalmente anticuada, que no da abasto con el considerable crecimiento poblacional del municipio y que de por sí opera al 50% de su capacidad.
Hasta acá, el tema ya va mal y solo estamos hablando de la cuenca alta. Con solo decirle que, a la altura de estos municipios, algunas veedurías ciudadanas han denunciado que el río ya no tiene vida, el olor es insoportable y los niveles de oxígeno en el agua son cercanos a cero.
Lo anterior, por supuesto empeora en la cuenca media, en donde Bogotá, Soacha y municipios aledaños son responsables del 90% de la contaminación total del afluente, vertiendo una combinación de 690 toneladas diarias de aguas residuales, basura en todas sus formas y residuos industriales.
Duele, sin lugar a dudas, que esto lleva ocurriendo durante décadas y que desde los años sesentas, inclusive desde los cincuentas, se sabía que debíamos hacer algo al respecto como país, pero sobre todo, como creciente metrópolis y ciudad capital. De hecho, la falta de voluntad política para resolver esta evidente y apremiante problemática no cambió hasta que, en el 2014, el Consejo de Estado emitió una sentencia que obligó a las autoridades a tomar medidas claras y concretas para recuperar al Río Bogotá.
Pa´ la próxima: Aunque la sentencia es de suma importancia, ahí fue donde comenzó la fiesta de la corrupción para los políticos, se hicieron las pocas obras mal y, se evidenció, que la recuperación del río no es aún una prioridad.