“La quietud tiene su discreto encanto”
A medida que transitamos por la crisis de la pandemia y la devastadora cuarentena -un poco abusiva desde lo gubernativo me parece-, van quedando a la vista unos aprendizajes que ojalá se puedan volver realidades permanentes en nuestra sociedad.
El primero y más evidente es que no podemos seguir negando la situación de enorme de pobreza en que viven millones de colombianos. Y, lo más importante, que todos deberían estar en las bases de datos del Estado para que tengan una asignación mensual fija de dinero que les permita contar con lo mínimo básico para una vida digna y decorosa. ¿La plata? Pues hemos visto que hay una gran cantidad de dinero guardada como si todo estuviera solucionado. Hay que ponerla en manos de los pobres, para sumar a lo que ellos consiguen difícilmente cada día. Y aunque no sea de buena presentación decirle, hay que “sacarle” más plata a los ricos, que en todo caso les queda mucho para ellos. ¿Y esa plata llamada “reservas internacionales” tirada por allá en otros países no debería estar en los bolsillos de los colombianos más pobres, al menos en parte?
Una segunda lección de esta crisis tan grande es que realmente se puede hacer la vida más sencillamente y sin tantos costos ni complicaciones. La calle es carísima. Restaurantes, clubes, centros vacacionales, cines, peajes y pasajes, se habían convertido en unos saqueadores de los bolsillos raquíticos de los colombianos. Y no habíamos reaccionado a ese saqueo. A nivel médico nos estaban hospitalizando por todo y resulta que hoy la gran mayoría de enfermos están en sus casas, con su enfermedad, pero en un ambiente mucho más amable y cálido. Llegará el tiempo en que en verdad haya que ir al hospital, pero porque hay que echar bisturí o cosa parecida, no solo para facturarles a las empresas de medicina.
Otro aprendizaje es que la movilidad urbana tiene mucho de inútil y desgastante. Hemos descubierto, casi que con vergüenza, que donde vivimos se pueden hacer efectivamente infinidad de tareas sin pisar el caos en que nos dejaron instalados los burgomaestres hasta el día de hoy, incapaces de dotarnos de medios y vías de transporte dignas de seres humanos.
Y la otra lección no menos interesante e importante es que la quietud tiene su discreto encanto. No correr tanto, no moverse demasiado, no asistir a todo, no “tener que” siempre, no salir en toda ocasión, le comunican al alma, a la mente, al cuerpo, un aire de serenidad que eleva espíritu y alma. “Quédate en casa”, así tuiteado, tiene su sentido, pero no solo por el fastidioso virus que se auto-invitó a este planeta, sino para reposar un poco la existencia. Fue lo que le dijo Jesús a una amiga suya, Marta, que por atenderlo corría y corría: “Marta, Marta, te afanas por muchas cosas; una sola es importante”. La gran lección de pandemia y cuarentena debería ser esa: descubrir las pocas cosas realmente importantes de la vida. Este cuento es viejísimo.