Las elecciones regionales del mes pasado demostraron el renacimiento de la conciencia política colombiana. En estos últimos catorce meses, han brillado por su ausencia la dignidad, la moderación, la vocación de servicio y el respeto a la institucionalidad que en otra época pasamos por alto en nuestros dirigentes. Con cada nueva humillación, cada palabra de vulgar apología al terrorismo, cada intento de sabotaje contra nuestros servicios públicos y cada verso incendiario contra el empresariado y la prensa, han quedado más profundamente enterrados los sueños utópicos de quienes querían prosperidad sin trabajo, paz sin orden público y dignidad sin libertad. Hoy, los colombianos de todas las edades pedimos, como declaró con firmeza Carlos Fernando Galán, una revolución del orden y el respeto.
Aun así, el presidente ha intentado negar la actual coyuntura. Emplea definiciones ambiguas de lo que significa ser “independiente,” “de oposición,” o “cercano al gobierno” para ofuscar la derrota de su movimiento y enaltecer su ego. Para refutar sus delirios adecuadamente, habría que analizar cada región y cada municipio, conociendo el discurso y el talante de cada candidato, porque no existe la claridad programática a nivel nacional que nos permita saber lo que representa cada partido, coalición o movimiento independiente. Mis amigos extranjeros quedan perplejos cuando les explico que el Partido Conservador, hoy independiente, perteneció inicialmente a la coalición de un gobierno con simpatías chavistas, que el Partido Liberal aún pertenece a ella en papel, a pesar de que lo dirige el expresidente que derrotó a Pablo Escobar, y que la única oposición consistente al gobierno ha provenido del Centro Democrático, de Cambio Radical, del Movimiento de Salvación Nacional y de varios partidos menores y movimientos independientes.
Hoy, el oficialismo es profundamente impopular porque todas sus peores tendencias se han manifestado con voracidad. Quienes pensaban que podían domar a la bestia hoy saben que es necesario combatirla, y eso es lo que la mayoría les exige. Para lograrlo, los colombianos demócratas debemos hacer un esfuerzo consciente para rearticular una visión positiva de lo que necesita el país y recuperar el gobierno nacional lo antes posible. Siguiendo el ejemplo histórico de los arquitectos del Frente Nacional, debemos lograr una convergencia en torno a una visión republicana. Esta visión incluye el respeto irrestricto al orden constitucional y a la legalidad contra las vías de hecho. Incluye el compromiso a construir una sociedad que recompense a los buenos ciudadanos y no a quienes buscan su destrucción. Incluye la libertad contra las imposiciones estatales irracionales, respaldada en la igualdad bajo la ley contra la impunidad para los violentos. Incluye la tolerancia del prójimo contra las amenazas y calumnias incendiarias, y la seguridad contra la arbitrariedad de todo tipo. Se basa, ante todo, en la defensa de la República, para que esta no caiga por una triste trocha a la tiranía.
Haber apoyado o no a los gobiernos de Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos o Iván Duque no hacen de nadie un defensor o enemigo de la república. La línea divisoria fundamental tampoco es el proceso de paz con las Farc, ni mucho menos la antigua división entre liberales y conservadores.
La victoria de octubre no es una invitación a bajar la guardia y revivir peleas obsoletas, sino una señal de que sólo con unión y determinación lograremos recuperar y fortalecer a Colombia.