Así como hoy se habla tanto de las especies en vía de extinción, algunos se preguntan si el libro está recorriendo el mismo camino. En muchísimos hogares hoy ya no se ven libros y los estantes están ocupados por materas, osos de peluche y fotografías de gente sonriente. En las universidades pareciera que las fotocopias se han adueñado del panorama lector, pero no el libro en toda su extensión. En los colegios se siente una presión grande para que no les pidan libros a los niños. Bogotá, ciudad de varios millones de habitantes, tiene algunas bibliotecas bien dotadas, pero sus librerías no son muchas para tanta gente, pero a lo mejor no se necesitan más. ¿La mayoría de las personas no lee muchos libros o simplemente no lee? Difícil responder con exactitud. Y si a todo esto le añadimos el alto costo de los libros, el panorama no es muy alentador.
Algún desprevenido podría preguntar: ¿Y qué pasa de grave si se acaban los libros? Por ahora no se puede decir que esto vaya a suceder, pero algo está cambiando. Con internet la gente lee mucho, así sea en la pantalla, aunque la mayoría de sus lecturas no tenga que ver con libros. Pero lee. Quiere esto decir que lo escrito sigue siendo el canal de comunicación humano más usado después de lo oral. La imagen ha ganado mucho, pero las palabras dichas o escritas siguen siendo las reinas del panorama comunicativo. Seguro que, con la aparición del lenguaje oral, las lenguas, y la escritura, se hizo menos necesaria la gesticulación, el grito, la vociferación, el uso del garrote. No es poco lo que la palabra dicha o escrita ha aportado a la siempre complicada humanidad.
Entonces, el libro, además de su encanto propio y su capacidad de guardar y llevar la sabiduría de la humanidad, representa ese gran avance en la historia evolutiva de los seres humanos: la de hacer de la palabra una de las principales herramientas constructivas en todo sentido. Es que el libro obliga al escritor y al lector a sentarse a pensar, a seguir el hilo de un razonamiento, a mirar en detalle los conceptos y de alguna manera obliga a que el lector se deje hablar y conozca otros puntos de vista diferentes al suyo. Leer es un verdadero momento de desarrollo humano, de ejercitación mental, de elevación espiritual. Y es un antídoto, quizás el mejor, para liberarse de la vida a punta de afán, de carreras, de acciones impensadas. Claro que a muchos esto no les gusta porque nacieron para correr como caballos. Me pregunto una y otra vez cuando veo a alguien pasando por encima de los demás: ¿Sabrá leer y escribir? Y me encanta, cuando leo y escucho a alguien, descubrirle en la trastienda de su discurso, sus fuentes, lo que ha leído, los autores que lo han amamantado. Y si son de los clásicos, lo canonizo. En algunas conversaciones de Jesús con gente sinceramente inquieta él les preguntaba: “¿Qué lees en la Escritura?”. A lo mejor para entrar al cielo también sea necesario saber leer. Dios quiera.