¿De qué quiere la limonada? Fue la pregunta del mesero cuando pedí una limonada. ¿Cómo así? Reviré. “Sí, es que tenemos limonada de mandarina, de yerbabuena, de mango y otras variaciones”. “Pues no” le dije, indignado, como se usa hoy cuando algo no le cuadra a uno. “Quiero una limonada de limón, como debe ser”. “Es que no hay limones”, pero sí hay limonada. “Tráigame un vaso de agua” rezongué y fin de la discusión. Pero el problema está en la frase anterior: hay limonada, pero no de limón. Así está pasando con muchas cosas de la vida que parecen haber dejado escapar su esencia más natural y profunda y han tomado otros sabores y aromas que, aunque seductores, no producen a la larga los mejores efectos.
Poniendo las cosas en términos un poco más solemnes, la idea es que hemos desnaturalizado muchos campos de la vida y por eso existe una permanente sensación de que las cosas no están marchando como debieran hacerlo. Por ejemplo, las relaciones humanas han adquirido en ocasiones unos visos de artificialidad tan notables que todo parece una comedia. No son pocas las vidas de novios o de esposos en las cuales el amor no fluye como río en bajada de montaña y terminan siendo unas relaciones tóxicas, de conveniencia, de tiempo y espacios privados para cada uno y entonces al final del día no se sabe exactamente de qué se trata la relación. Noviazgos, matrimonios, amistades sin amor, son limonadas sin limón.
El tema no es ajeno a lo religioso. Sí que abunda hoy en día la religión de Cristo sin limón, es decir, en el fondo, sin la persona de Cristo y su enseñanza. El mesero sí que ofrece hoy menjurjes variadísimos para lograr adeptos. Hay limonadas cristianas sin cruz ni calvario; las hay sin mandamientos y sin bienaventuranzas; las hay con tierra, pero sin cielo y también lo contrario. Pero, sobre todo, hay limonadas cristianas a la carta, como en pizzería en la cual cada cual arma su propia receta. Incluso hay limonadas cristianas sin resurrección, pero sí con reencarnación. Todo esto termina por aguar el proyecto original y también sus efectos, con el agravante que el resultado final puede ser enormemente sorprendente y oscuro.
Limonada sin limón es equivalente a decir que la identidad se pierde. Y esto es bastante usual hoy en día. Se ha puesto en boga una forma de pasar por la vida sin tener una identidad claramente definida y más bien la idea es vivir al son que toquen y no comprometerse a fondo con nada en particular. En cosas de poca monta el asunto es intrascendente. Pero en cuestiones que definen la vida, los proyectos existenciales, las opciones del corazón y también las responsabilidades ante uno mismo y ante los demás, la falta de identidad es un asunto sumamente delicado. Una limonada de limón es como una realidad de una sola pieza. Seres de una sola pieza, necesidad que todos sentimos.