Debidamente presionado por amigos y familiares, me senté a ver la película de los dos papas de Netflix. Digo presionado pues la televisión no me atrae mucho. Pero en estos días de solaz, cabe una licencia para sentarse frente a la pantalla. Como tampoco soy experto en producción cinematográfica, se me escapan la mayoría de proezas que directores y actores realizan para deleite del público. Sin embargo, algo capto. Por ejemplo: creo que el planteamiento de la película es la tensión, inevitable, que se da en épocas de cambios. Pero la que se presenta entre Benedicto XVI y Francisco, me parece que ha sido una tensión sana, a modo de una dialéctica, de la cual surgirá con el tiempo y la luz del Espíritu, una síntesis sabia para bien de la Iglesia, es decir de los bautizados, y para bien de un mundo que actualmente es agresivamente secular y laicista, pero se le ha de pasar la rabia.
Hace tiempo veo que la tensión a la que me refiero tiene que ver con el hecho de que la Iglesia y el Evangelio, o sea, Jesús de Nazaret, tiene una propuesta, un ideal de hombre, de mundo y, por supuesto, de Dios. Y, por otra parte, el mundo tiende a ser solo los hechos que se dan y se imponen a cada viviente que lo habita. Benedicto XVI ha sido por excelencia un pensador que ha ahondado con mucha fuerza intelectual y espiritual la propuesta de Jesús de Nazaret, lo mismo que sus consecuencias en todo sentido. Francisco lleva sobre sus espaldas el peso aplastante de un mundo y de una Iglesia que todos los días y a toda hora le preguntan si los ideales de Jesús, del Evangelio y de la Iglesia tienen aún cabida en la dura realidad humana. Pero no hay duda de que cada uno de estos pontífices ha hecho su mejor esfuerzo, ambos titánicos, por ser fiel a Dios y a través de esta fidelidad, ser fiel al hombre, según el proyecto divino. Así las cosas, la tensión no es extraña y tampoco sobra. Un cuerpo vivo como la Iglesia, en tensión, indica que está vivo.
Por otra parte, la atención incesante que se da sobre el papado, aun en medios que lo han mirado siempre con cierta distancia, no deja de ser un asunto interesante. Es como decir que pese a todo lo que se quiera opinar y pensar, esa institución es inmensamente significativa para toda la humanidad. La película me hace ver con respeto ese gobierno como de ancianos sabios, los cardenales, en medio de un mundo que les ha dado a unos jóvenes imberbes las alcaldías, gobernaciones, países y otras instituciones de enorme trascendencia … con sus debidas consecuencias. Este gobierno de los ancianos tiene la facultad, dada por la experiencia de vida, de ver lo que realmente es importante desde siempre y por siempre para los seres humanos. Y, en este caso, de cara a Dios. Netflix, con películas como la de Los dos papas, con dos actores de película realmente, da una visión de la historia reciente. No me pareció mala. Muy humana, como es del gusto del grueso público. Pero al mismo tiempo, no esconde esa atmósfera única y trascendental que emana del trono de San Pedro y al lado del cual todo lo demás es muy, pero muy pequeño. “Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo Ecclesima meam, et portae inferí non praevalebunt adversum eam” (Mateo 16,18).