“Sentido común da a la vida razón de ser”
El estilo de vida que se le ha propuesto a hombres y mujeres desde hace algunas décadas y el cual está marcado, en general, por una extrema liberalidad, deja ver cada vez más con mayor claridad los residuos que produce. Para mala fortuna, estos residuos son las formas de vida sin sentido que padecen hoy demasiadas personas. Después de haber asumido las propuestas de la “nueva felicidad”, fundada en hacer lo que cada uno quiera, sin norte ni límite, ha crecido el ejército de quienes están solos, hastiados de tanta vivencia y experiencia absurdas, incapacitados por haber jugado con candela a lo largo de muchos años, en conflicto con todos lo que los rodea y al final del día sin la menor idea de la razón de ser de su propia existencia. Y cada día la respuesta radical al sin sentido, el suicidio, también ha ganado presencia en la escena de la condición humana actual.
Pese a todos los esfuerzos que se hacen por tratar de presentar como ideal y feliz el modo de vida que no responde a más criterios que el deseo propio, las cosas no brillan demasiado. La ruptura de las relaciones humanas que deberían ser estables, la soledad de niños y jóvenes, el consumo cada vez más extendido de marihuana y otras basuras destructivas, el alcohol que hoy todo lo abarca, el abandono de los mundos afectivo y sexual al puro deseo sin el sello del amor duradero, la indiferencia ante la dimensión espiritual, la desprotección en que se sienten infinidad de personas, todo esto y mucho más, ha terminado por ser una especie de cadena de producción de seres humanos residuales, es decir, de personas que están atadas por innumerables condicionamientos negativos que los han ido deshaciendo poco a poco.
Pero si preocupa lo anterior, no llama la atención menos la lentitud y la debilidad de resistencia que debería oponerse a este gran engaño de una vida sin límites y sin norte definido. ¿O será que hombres y mujeres de hoy piensan que, pese a todo el desencanto, lo mejor es vivir así? Quienes dedicamos la vida a atender a las personas que les duele la vida, por cualquier razón -física, emocional, espiritual, moral, sicológica- creemos que por ningún motivo esta vida de absoluta liberalidad es el mejor modo de vida posible. Al contrario, es un desentenderse del deber de cuidar la vida, de llevarla a su pleno desarrollo, de darle las mejores oportunidades. Y de atender oportunamente sus fragilidades, que son inevitables, pero en las cuales no hay que echar el ancla.
No se requieren largos discursos filosóficos, religiosos, sicológicos, políticos o de cualquier otro orden para darle a la vida una razón de ser. Tal vez un poco de sentido común, una mirada honesta a la naturaleza misma de la condición humana, una percepción clara de lo que produce felicidad y un ojo avizor sobre los peligros circundantes, podrían ser suficientes para que ningún hombre y ninguna mujer se transformen en residuos vivientes que solo anhelan con desespero la muerte. Por lo demás, estamos en mora de llamar a los estrados de la justicia humana y de la divina a quienes han propagado ese modo de vida que ha hecho de la infelicidad y la soledad una plaga como no la hubo en el antiguo Egipto.